Capítulo 39

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XXXIX

No era una celda pero se sentía como estar dentro de una, aunque él nunca había estado preso en su vida hasta esos momentos. La tenue luz de las velas dejaba ver la comida que había sido traída hasta la habitación, los trastos sucios así como el poco cómodo colchón de paga que le habían dado. Las paredes no tenían ventanas, la piedra del suelo era demasiado fría y más de alguna rata había merodeado cerca de él mirándole con curiosidad. La puerta no tenía picaporte por dentro, sólo se habría una vez al día cuando traían un cuenco con agua o vaciaban la cubeta destinada para las heces. Ni siquiera golpeaban, ni siquiera le miraban.

Sentado en el suelo, reclinado sobre la pared, el mundo parecía estar reducido a ese rincón que raras veces había visitado en toda su vida. Ermita Alta nunca había sido un lugar de grandes lujos, de ostentosos salones ni de cómodas habitaciones, pero sin duda alguna ese sitio parecía ser aún más tosco de lo que realmente era. Sus ojos se habían acostumbrado a la escasa luz, aunque la mayor parte del tiempo se la pasaba durmiendo, intentando despertar de aquella pesadilla de la cual nunca podría salir. No se quejaba, aquella oscuridad le hacía pensar en Dominio del Cielo y aquellas celdas subterráneas, donde había olor a muerte y mucho más ratas que en aquel lugar. ¿Cuándo comenzaría a arrancarse la piel el mismo? Sabía que la situación era delicada, pero dudaba que aquello se extendiera por más días. Ya habían pasado cuatro y nadie había entrado por esa puerta para contarle sobre su sentencia, si es que había realmente alguna. Nunca había esperado ver a su tía tan pronto, menos sentada en la misma mesa con su hermano Gerold, y para colmos, aquellos señores de las tierras más al norte. ¿Qué carajos había ocurrido con los secretos? No sabía quién más le molestaba, si el detestable Lyonel Frey o la sonrisa perezosa de Lord Fowler, mostrándole sus dientes amarillentos mientras se burlaba en su cara. Pero si estaba seguro qué había sido lo que más le había dolido. Ni siquiera había sido capaz de articular alguna palabra, y se había quedado de una pieza mirándola, como si de pronto le hubiesen arrancado la lengua. Los señores habían discutido, intentando llegar a un acuerdo, pero Arthur estaba seguro de que nunca lo lograría, ¿qué podía ser mejor para todas esas casas? Le habían obligado a retirarse, a dejar el juego a los poderosos señores mientras él se podría en un rincón de la tosca fortaleza, mientras la cabeza le daba vueltas y vueltas. Clavó los ojos oscuros en la vela que se consumía delante de él y estuvo seguro de oír relinchos de caballos, aunque podía ser sólo su imaginación. Los establos se habían convertido en cenizas, y de paso había acabado con la vida de la pequeña Sarisa. Estuvo seguro de oír los gritos de la niña, mientras cerraba los ojos e intentaba una vez más conciliar el sueño, cuando la puerta se abrió de golpe.

La luz de la antorcha le cegó por algunos segundos mientras se cubría los ojos con el antebrazo, pero cuando se acostumbraron al brillo, Arthur pudo reconocer la silueta de unos hombres. Él no retrocedió, pero tampoco estaba seguro de qué se trataba aquella visita. ¿Acaso ya había llegado la hora de su sentencia? Tragó saliva, mientras se ponía de pie intentando adoptar una postura que no le hiciese lucir tan demacrado, pero ninguno de ellos se sintió amenazado por el joven caballero que vestía harapos y seguía por un ojo morado. "No te harán daño" la voz provino de la puerta y sólo entonces Arthur pudo reconocer la silueta de una mujer delgada, de cabello oscuro que le lucía demasiado familiar. "Sólo me han escoltado hasta este lugar" El muchacho apoyó la espalda en la fría pared, un poco sorprendido de verla en ese lugar. Lady Allyria Dayne paseó la vista en la habitación, respingando la nariz, hasta que sus ojos se enfocaron en los de sus guardias "Dejaré que los guardias se vayan, si juras que no me harás ningún daño" Aquello le tomó por sorpresa. ¿Quién rayos creía que era? ¿Su hermano Gerold? Arthur ni siquiera fue capaz de emitir una palabra luego de oír lo que su tía había dicho, mientras los guardias le miraban expectantes. Sólo se conformaron cuando el muchacho asintió con la cabeza y la señora de Campoestrella dio la orden para que les dejaran solos. La puerta no se cerró, mientras Allyria recorría la diminuta habitación, con un rostro un tanto melancólico. Posó la yema de sus dedos en una de las paredes que era alumbrada por la escasa luz de las velas, y entonces habló "Cuando jugábamos a las escondidas en Campoestrella, solía elegir un lugar muy parecido a este como mi escondite. Allaric siempre me encontraba y me preguntaba por qué insistía en esconderme en el mismo lugar" comentó la mujer mientras daba pasos por la habitación, contemplando todo con esos oscuros ojos violáceos. "De todos mis hermanos, siempre fue Allaric el que iba por mí" una sonrisa se formó en sus labios "Cuando supe que Arthur había fallecido, me escondí en el mismo lugar... Y tu padre fue por mí, me abrazó y me dijo que los responsables pagarían por lo que habían hecho" Arthur le escuchó en silencio, apoyado en la pared mientras la vela se consumía frente a ellos. "Cuando llegaron las noticias de la desaparición de tu padre... bueno, ya sabía que no importaba cuántas veces me escondiese en ese lugar, Allaric nunca iría a buscarme" sus ojos se enfocaron en la puerta que estaba abierta, de dónde se podía ver la silueta de los guardias Dayne quienes custodiaban a su señora. "En entonces momentos me gustaría que él entrase por esa puerta, y me dijera que todo esto es una pesadilla"

A Lannister DebtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora