Capítulo 24

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XVIV

El pueblo como siempre, estaba casi desierto. El pequeño grupo de caballeros apenas si logró llamar la atención de los habitantes que parecían perdidos en sus asuntos, sentados en las esquinas de las calles y otros ofreciendo sus productos en el diminuto mercado, como siempre lo habían hecho. La población era reducida en comparación con las de pueblos vecinos, aunque era sabido por todos que la vida en la montaña era mucho más traicionera que la del desierto. Sólo quedaban las generaciones pasadas, como si Ermita Alta hubiese estado congelada en el tiempo, y se podía ver con suerte a un puñado de niños, quienes si tenían suerte, lograrían heredar los trabajos de sus padres, o si los dioses les eran benevolentes, concederles una oportunidad en algún pueblo con más prosperidad que aquel.

No había mucho sentido en seguir resguardando aquel lugar perdido en las montañas de Dorne, pero Arthur sabía que era el deber de su familia resguardar las fronteras. Por generaciones los Dayne habían tenido problema con gente del Dominio, especialmente con los miembros de la casa Oakheart, y aunque alguna vez había habido reyes con el nombre de su honrosa familia, el joven caballero sabía que esos cuentos sólo pertenecían a Campoestrella, el asiento ancestral de la casa Dayne, y no a Ermita Alta. Levantó la vista mientras avanzaban por las sinuosas calles del pueblo, clavando sus ojos oscuros en la fortaleza que descansaba en los faldeos de las montañas que se erguían majestuosas delante de ellos. Es un lugar ordinario pensó el caballero mientras Raaf el Sonriente le miraba en silencio, montado en un palafrén castaño, mirando a la multitud. De pequeño había admirado aquella construcción, aunque sabía que nada era comparable al Palacio Antiguo de Lanza del Sol, o incluso a Campoestrella, pero por primera vez, le molestó ver lo que le esperaba al final del camino.

Sólo fue un anciano quien se fijó en el botín que traían, aunque ya en el pueblo se había informado de lo que pasaría con los ladrones y los traidores, aquellas medidas extremas que su hermano mayor había tomado para combatir las malas rachas de la población. Afortunadamente, sólo había conseguido dar con cuatro ladrones, y como ya se les había hecho de costumbre, Raaf era quien les cortaba la cabeza luego de que Arthur les atravesara con la espada en el pecho. Sabía que las formas que Gerold elegía eran brutales, incluso para él, pero durante el último tiempo se había concentrado en no complicar las cosas aún más. No había tenido noticias de su tía, y al parecer, ella había cumplido con su promesa de guardar silencio ante la situación que Arthur había pretendido olvidar. No había sido del todo fácil, e incluso había dispuesto del fiel Raaf, quien se había adentrado en el desierto en busca de respuestas, pero el hombre no las había conseguido, por lo que el joven caballero había decidido que era asunto zanjado. Sabía que muy en el fondo había sido un cobarde, pero ¿qué podía hacer él al respecto? Se supone que la muchacha seguiría en Desembarco del Rey y sería su espía, sus ojos en la capital, pero ella había tomado otra determinación y aquello había cuestionado el honor de Arthur.

Siguieron avanzando hasta que el hedor a muerte les llenó las narices. Todos se habían acostumbrado a la vista, de ver el sol en el horizonte y aquellas cabezas pudriéndose, pero cuando se encontraron con los cuerpos prácticamente crucificados, el grupo no pudo ocultar su sorpresa. Uno, luego tres y de pronto, las murallas que protegían aquella fortaleza estaban repletas de cadáveres pudriéndose bajo el implacable sol dorniense. Arthur sujetó las riendas de su caballo con firmeza, mientras miraba de un lado a otro, la obra que su hermano había llevado a cabo; hombres y mujeres, de distintas edades, algunos de cabezas, otros con extremidades faltantes y la mayoría ya sin ojos gracias a los buitres y las aves carroñeras que sobrevolaban la zona. Sintió que la ira le revolvía las entrañas, pero Arthur no iba a poner en juego su honor una vez más, por lo que le ordenó a la bestia avanzar hasta las puertas de la fortaleza se hubieron abierto frente ellos.

A Lannister DebtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora