Capítulo 10

680 46 21
                                    

X

Los ojos de un búho les observaban en silencio. Las estrellas habían desaparecido y el cielo se había tornado más azul, cada vez más claro anunciando la llegada de un nuevo día. La fortaleza Roja descasaba y una que otra luz podía verse a los lejos, tal vez antorchas encendidas de los guardias que custodiaban el castillo, tal vez amigos del hombre que Arthur estaba enterrando.  Guardias del rey  pensó mientras la tierra comenzaba a cubrir el rostro del muerto. Se habían pasado casi toda la noche metidos en el bosque, deshaciéndose de los cuerpos y aún quedaban el guardia de capa roja y el chico de la pechera de mirlo. No los había visto nunca en el castillo, nunca antes en su vida, pero no le había importado arrebatarles la vida.  No era la primera vez que mataba a un hombre, ni sería la última… pero nunca antes había tenido que lidiar con un cómplice…

La muchacha aún seguía atormentada por todo lo sucedido. Le había ayudado a cargar cada uno de los cuerpos hasta el corazón del bosque, y al igual que él estaba exhausta, con la mirada pegada en el suelo.  No había emitido palabra alguna desde el primer entierro, aunque Arthur sabía muy bien que pasaría semanas hasta que pudiese volver a ser la misma, si es que conseguía recobrarse… Caminaron durante diez minutos hasta que dieron con un llano custodiado por inmensos pinos soldados, y entonces él comenzó a cavar la tierra. ¿Cómo diablos se había metido en ese embrollo? En un abrir y cerrar de ojos había matado a seis personas, y aunque sabía que había hecho lo correcto, algo en su cabeza le decía que su padre sería capaz de desheredarle si es que llegaba aquella historia a sus oídos.  Arthur siempre había soñado con ser un héroe, pero aquello estaba muy lejos de darle el título del valeroso caballero que pretendía ser. Un estúpido  fue como si la voz de su padre retumbase en el fondo de su cabeza, así como hacía cada vez que cuestionaba las acciones de su hijo menor. Si bien había salvado a aquella muchacha de la muerte, estaba más que seguro que su cabeza asomaría en lo alto de las murallas de Ermita Alta cuando se enterasen de la identidad de la chica. Si bien ella aparentemente parecía no conocerle, Arthur la había reconocido el primer día que la había visto en el torneo de la mano, cuando el palafrén de su padre casi arrolló a la muchacha.  En el festín de la boda de los reyes, hacía casi quince años atrás, Arthur Dayne se había aburrido tanto de toda la parafernalia, que se había escabullido por el castillo hasta dar con aquel bosque.  Por aquel entonces había sido un muchacho que prefería las flechas a las lanzas, y cuando distinguió a la bestia metida en medio del bosque, no lo pensó dos veces.  Después de todo, había ido hasta Desembarco del Rey con el fin de encontrar respuestas, pero al parecer ya a todos se les había olvidado la muerte de la princesa de Dorne, incluido su padre, por lo que al menos llegaría con un trofeo de vuelta a Ermita Alta. Por supuesto, nunca pensó qué realmente saldría del bosque, ni menos que discutiría los planes de su padre con una extraña.

El guardia de capa roja llevaba la insignia de un león en el pecho, tenía los cabellos claros como la arena y sus ojos miraban el cielo, horrorizados. De su garganta salía la punta de la lanza que la muchacha le había enterrado, la cual Arthur había tenido que romper antes de emprender su viaje  hacia el bosque.  Él ya había comenzado a cavar cuando la chica se detuvo, dejando a un lado la pala para contemplar el cuerpo inerte del guardia.

“¿Lo conocías?” preguntó Arthur para cortar el silencio.  Ella asintió con la cabeza, sin emitir algún sonido “Es un guardia Lannister” soltó el caballero, mientras hundía la pala en la tierra. 

“Vino conmigo hasta la capital…” susurró la chica, con un hilo de voz. Arthur sabía que seguía aún asustada, pero ¿qué mal le harían los muertos? “Lo había visto en La Roca…” se cayó, mirando con desconfianza al caballero “… en el lugar donde vivía… ”

La chica comenzó a sollozar, sosteniendo la pala. Si había una cosa en el mundo que Arthur no soportaba, era el llanto de niñitas estúpidas. No pudo evitar rodar los ojos, antes de seguir con su labor.

A Lannister DebtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora