Capítulo 42

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XXXXII

"No puedo hacerlo" masculló el hombre bajo la capucha, sin siquiera mirar a quien le había hablado. Olía a incienso y varias velas iluminaban la estrecha habitación. En un lugar como aquel, las malas noticias habían llegado rápido y la muerte del príncipe Oberyn Martell había calado hondo en el orgullo de los dornienses. El hombre era robusto, no tenía cabello y una cadena tintineaba en su cuello, allí donde alguna vez había lucido con orgullo el emblema de aquella orden a la que había servido por tantos años. El visitante le miró con cansancio, como si la paciencia no estuviese de su lado. "¡Dije que no!"

Entonces el sonido del saco de monedas al chocar contra la mesa pareció llamar su atención. Se inclinó hasta poder ver el oro que relucía y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro "¿Hace cuánto tiempo?"

El visitante no dijo nada, sino que señaló tres con sus dedos. "¡Tres días!" chistó el que alguna vez había sido maestre, pero la mirada de aquel hombre no le hizo más que tragarse sus propias palabras. "Bien... tráelo" En cuanto el visitante volvió, el hedor a podredumbre llenó la pequeña casucha, y aquel hombre gordo respingó la nariz. Nunca había olido nada tan muerto como aquello, ni siquiera un perro olía tan mal como ese pobre paisano. El gordo desocupó la mesa que tenía en frente y el visitante dejó caer el bulto sobre ésta, la cual pareció ceder ante el peso, aunque no lo hizo. La casucha, que olía a demasiados ungüentos y plantas secas, pronto se vio mezclada con la pestilencia a la muerte y cuando el visitante destapó lo que tenían delante suyo, el gordo que alguna vez había sido septon sintió como la comida se le revolvía en su estómago y aunque estuvo a punto de vomitar, no lo hizo. Paseó la vista por el visitante, aquel hombre que le miraba receloso y que lo único que hacía era mover la cabeza, como si la lengua se la hubiesen comido los ratones. ¿Cómo carajos había llegado a dar con él? Wyl era una ciudad grande, un puerto donde no era fácil dar con las personas, menos con los que profesaban una fe distintas a la de los Siete. "No será fácil" podía ver que el rostro estaba demasiado pálido, pero si el Dios de la Luz se lo permitía, tal vez podría traer a este de vuelta a la vida, así como había hecho en variadas ocasiones. No era un dorniense y sabía que aquel visitante tampoco lo era, pero aquel cuerpo..." No puedo prometer nada" Pero acaso, ¿temía que algo fuese a salir mal? La piel estaba fría como la roca, y los labios azulados, tal vez negros "No sé qué saldrá de esto. Cada uno es diferente, unos peores que otros y ninguno..." pero qué importaba decirle todo eso aquel visitante. Sus ojos celestes contrastaban con aquellos parparos ensombrecidos. El gordo le abrió los párpados y comprobó que las cuencas estaban dilatadas, El color púrpura se mezclaba con el negro, aunque era casi imperceptible. "¿Por qué debo traerlo de vuelta?" volvió a cerrarle los ojos y miró al visitante con interés. "¿Por qué merece vivir?"

El otro no dijo nada. Sacó lo que tenía en su espalda y dejó un bulto junto al muerto. El gordo lo miró interés, y cuando lo destapó, sus ojos centellaron ante el brillo de la espada "Acero Valyrio" musitó con sorpresa, pero el visitante sólo negó con la cabeza. Frunció el ceño y pudo reconocer el símbolo de la casa no le era desconocido, pero ¿qué hacía como él en un lugar como aquel? El visitante le fulminó con sus ojos y el que alguna vez había sido maestre prefirió enfocar sus castaños ojos en el cadáver. El saco de monedas valía la pena, y si ese hombre le obsequiaba la espada, no tendría por qué sentirse mal después de todo.

El sacerdote rojo enfocó los ojos en los del muerto. No había nada en ese mundo que pudiese traer de vuelta a la vida a una persona, pero si los maestres no iban a curarle, había otras cosas que debían funcionar. Nunca en su vida había creído en los dioses, menos en los que había visto de vuelta en Essos que juraban traer de vuelta a los que ya no estaban vivos, Todo era una basura, pero si eso tal vez iba a funcionar... Raaf frunció el ceño cuando el gordo posó su cabeza sobre el pecho del muerto, como si intentase encontrar algo. No había nada, no era más que un cascarón vacío, y que pronto comenzaría a apestar. Entonces el sacerdote puso una mano sobre el pecho, allí donde la sangre se había secado, donde las heridas se habían infectado. Cerró los ojos, y comenzó a murmurar en un idioma que el propio Raaf había parecido olvidar. Nada. Tráelo de vuelta de la muerte y de la oscuridad... El lyseno creía que ya lo había visto todo, pero los rumores de esa fe, de esa magia... Si es que había dioses en ese mundo retorcido, más valía que entrasen en esa habitación en ese mismo instante.

El hombre siguió recitando las palabras y justo cuando Raaf comenzaba a convencerse de que aquello no era más que una mentira, una fría brisa le recorrió la espalda y el resto de la habitación, hasta que las velas que iluminaban el lugar, parecieron disminuir en intensidad. Aquello era una locura. ¿En qué diablos había pensado? El gordo dejó de recitar las palabras y miró el cadáver con extrañeza "No siempre funciona" masculló, como si las palabras se enredaran en su boca. "Ha estado muerto mucho tiempo..." Raaf ya había comenzado a dar zancadas por la habitación, intentando coger a ese embustero de los ropajes rojizos que llevaba. Le sostuvo con firmeza de la túnica, y le puso un cuchillo en el pescuezo, sin importar un hilito de sangre comenzase a brotar. Si debía matar a ese hombre por haberle mentido, lo haría. Pero cuando los ojos del sacerdote rojos imploraban piedad, una de las manos del gordo apuntó hacia la mesa. Raaf giró el rostro y vio como uno de los dedos de la mano se movía. Le soltó de inmediato, sin dar crédito a lo que estaba viendo.

Raaf caminó hacia la mesa con algo de miedo en los huesos. Nunca en su vida había visto algo como aquel, sólo había oído los cuentos que los mercaderes contaban, las historias que el resto de los esclavos les habían contado cuando era uno más de ellos, pero nunca hubiese pensado que eso ocurriría, que eso fuese remotamente posible. Sintió como el corazón se le aceleraba al momento que el sacerdote rojo sonreía mirando al hombre que habían traído desde la oscuridad. Y entonces, sus ojos se abrieron, tan oscuros, tan púrpuras como nunca antes habían sido.


A Lannister DebtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora