Capítulo 18

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Primero que todo, quisiera disculparme con mis lectores por la tardanza en la actualización de los capítulos. La verdad es que necesitaba un poco de tiempo para poder seguir armando esta historia, y en vista de que la poca creatividad me invadía, decidí dejar descansar un tiempo la trama. ¡PERO YA SE TERMINO EL DESCANSO! Así que les traigo un nuevo capítulo, espero que lo disfruten y que sigan comentando. ¡Valen oro!

XVIII

"¡Piedad, mi señor!" el grito pareció perderse en la inmensidad de las montañas, mientras la tibia brisa les acariciaba los rostros. Raaf el Sonriente fue el primero en desmontar de su caballo, seguido por otros cuatro guardias que el nuevo señor de Ermita Alta había puesto a su disposición, formando un círculo alrededor de los bandidos. Eran tres, todos dornienses de montaña que se habían ensañado con los pocos tenderetes que poblaban la pequeña ciudad enclavada en medio de las ásperas rocas. No había muchas cosas que robar en un lugar como aquel, pero lo poco que tenían era vital y Arthur había aprendido con el paso de los años que a los ladrones de la montaña poco les importaban las consecuencias si se trataba de conseguir comida. Pero se habían multiplicado como pulgas y los ataques a Ermita Alta solo habían empeorado, incluso llevando a la muerte a un anciano mercader. Raaf le dio una patada al hombre que no dejaba de pedir piedad, justo cuando otros guardias Dayne se encargaban de los dos mequetrefes harapientos. La gente de las montañas sabía dónde estaban los escondites y casi se les habían perdido de vista aunque finalmente habían dado con su cometido.

"¿Qué debemos hacer con ellos?" uno de los guardias Dayne miró a Arthur, mientras los hombres clamaban por misericordia. En otros tiempos habría dicho que les ataran de manos y les obligaran a seguir sus caballos, guiándoles de vuelta por esos peligrosos caminos, pero ésas habrían sido sus órdenes, no las de su señor. Desvainó su espada ante la mirada de los guardias, de los bandidos y la de Raaf, y antes de proceder con su sentencia, miró las enormes cumbres que se erguían a sus espaldas; llevaban horas cabalgando, ascendiendo por los empinados peñascos y aún parecía una cadena montañosa interminable. No habían visto personas en todo el trayecto, aunque sabía que habían ojos mirándoles por doquier; estaba lleno de cuevas y escondites capaces de proveer abrigo a las tribus que vivían en un lugar tan hostil como aquel, aunque había agradecido a los dioses de no tener que acabar con la vida de más personas. Su espada centelló con los pocos rayos de sol que lograban aún verse en el cielo enrojecido, y antes de que la primera estrella asomase en el alto cielo, Arthur Dayne terminó con la vida de esos tres hombres.

Raaf se encargó de meter las cabezas en su saco, mientras los guardias Dayne cogían las riendas de sus caballos para volver a casa. Arthur le había asegurado a Gerold que podría cumplir con sus obligaciones a como dé lugar, pero su hermano al parecer le conocía bastante; llevaban alrededor de una veinte de personas, tanto hombres como mujeres que habían sido encontrados culpables por robar y todos habían corrido la misma suerte, gracias a que Estrellaoscura lo decretase en uno de sus primeros mandatos como señor. Arthur no se había quedado callado, y harto había protestado, pero era bien difícil sacarle una idea de la cabeza a Gerold y el poder, al parecer, lo había enceguecido aún más.

Volvieron a Ermita Alta cuando la noche ya se cernía sobre las montañas. La brisa era cálida pero la temperatura había disminuido notoriamente, pasando de un calor sofocante a un frío que parecía calarle los huesos, aunque estaba del todo acostumbrado a aquellas condiciones. Raaf se encargó de dejar los caballos en el establo, como siempre lo había hecho cuando Lord Allaric Dayne aún dirigía aquella casa y los guardias Dayne, como era de esperar, se perdieron en la inmensidad de la fortaleza. Arthur alzó la vista, y aún en las penumbras, Ermita Alta parecía un lugar imponente. No era tan grande como Lanza del Sol o Campoestrella, pero tenía su encanto... Era un lugar tosco, esculpido en medio de las montañas, sin ningún tipo de decoración salvo el emblema de la casa de caballería que flameaba en lo alto de una de las dos torres. Nunca había habido muchos sirvientes rondando por la fortaleza, pero si podía distinguir los rostros que desde pequeño había visto merodeando por esos lugares, pero últimamente caras nuevas habían llegado desde el pueblo, sobretodos sirvientas. Arthur no era imbécil; sabía que todas ellas habían pasado por la habitación de su hermano, y aunque no le interesaba, su hogar se estaba volviendo más un burdel que un castillo. No extraño escuchar risotadas en medio de la noche, y a veces otras cosas, y siempre le había dado igual... Su padre había enviudado cuando Arthur tenía seis años, por lo que la compañía de las mujeres era habitual, pero en eso él no había salido ni a su padre ni a su hermano. La primera mujer que había tenido en su lecho había sido una prostituta que su propio padre había contratado para que él se hiciese hombre, y así había sucedido en repetidas ocasiones, aun cuando se volvía un adolescente y los sentimientos por la princesa Arianne Martell despertaban. Pero esa noche, cuando caminó por los pasillos, la fortaleza parecía dormir en un silencio sepulcral.

A Lannister DebtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora