Capítulo 21

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XXI

El golpe le hizo despertar. Cuando abrió los ojos, no sólo estaba atada de manos, sino que tenía una mordaza en la boca, que apestaba a mugre. El sabor le dio ganas de vomitar, pero no tenía nada en el estómago que devolver, por lo que sólo se conformó con las arcadas. Sentía que flotaba y como el sol le pegaba en los ojos, le costó lograr enfocar la vista. A sus oídos solo llegaba el sonido de rocas al pisar y el relinchar de un caballo. Debía de estar muerta, o al menos loca de remate porque la última vez que había escuchado un caballo hacía sido aquel que había montado al escapar de los guardias que había enviado Tywin Lannister. El caballo había muerto, al igual que Dyron, y ambos debían estar pudriéndose bajo el implacable sol dorniense. Estoy muerta pensó la muchacha mientras el sonido del agua le invadía los oídos y le hacía abrir los ojos una vez más. ¿Agua? Sin duda estaba loca, estaba soñando y seguía en aquella pesadilla de arena, pero en cuanto vio que el suelo se le acercaba a toda velocidad, supo que debía amortiguar la caída, aunque ni siquiera sus sentidos atinaron a tiempo. Estaba muerta, sin duda alguna, pero del cansancio y del hambre.

El agua que corría frente a sus ojos era una verdadera grieta en medio del desierto, de color cristalino que bajaba a toda velocidad desde las Montañas Rojas. El río no era tan profundo ni tan ancho en ese lugar, pero servía de sustento para los diversos animales que habitaban en las alturas de Dorne. Le asombró ver un puñado de cabras en la orilla opuesta del río, aunque le tomó más por sorpresa ver al caballo que se ponía a pastar en los escasos brotes junto al agua. En ese instante se dio cuenta de que el animal llevaba una montura y para cuando entendió de qué se trataba todo, un hombre se le acercaba con una espada en la mano. En pánico intentó retroceder mientras se sentaba en la arena, sólo para darse cuenta de que sus talones también habían sido amarrados con ásperas sogas. Su intento fue en vano, y el hombre se le acercó a tal punto de hincarse frente a ella para estar a su altura. Erin no pudo más que abrir los ojos de par en par, temerosa a que ese extraño fuese a hacerle daño con la espada. Él se guardó la espada en el cinto, y luego sacó una daga dorada y se la mostró a la chiquilla, quien no hizo más que sollozar, intentando pedir piedad. Llevaba una especie de túnica azulada y un cinturón de tela de tonos parecidos, con el símbolo de lo que parecía ser un ave que nunca antes Erin había visto. Su rostro estaba cubierto por una tela grisácea, salvo sus ojos que eran marrones como las mismísimas montañas, con aquella expresión que hizo a la chica palidecer.

El hombre alzó la daga y Erin cerró los ojos, creyendo que la mataría, pero no hizo más que cortar las amarras que el mismo había hecho, liberando a la muchacha luego de una larga travesía por el desierto. Le arrancó la mordaza de un solo tirón, y ella comenzó a toser desenfrenadamente, mientras él se ponía de pie y guardaba su daga. Erin volvía la vista para contemplarle; no tenía ni idea de quien sería ese hombre, pero al menos no lucía como un guardia Lannister.

"¿Quién... quién eres tú?" se encontró preguntando la muchacha cuando al fin se reponía de la tos. El hombre no dijo nada, y volvió hacia su caballo donde estaban todas sus pertenencias, y sacó una cantimplora. "¿Qué... qué quieres?"

El hombre no dijo nada. Hundió sus botas en las refrescantes aguas de río, y comenzó a llenar el pellejo, antes la mirada curiosa de la chica.

"Esto es una equivocación..."soltó entonces ella "No soy..." Pero entonces se dio cuenta de que no tenía idea de qué decir. Tampoco sabía quién era él... ¿y si era enviado de su tío? Era poco probable que Tywin tuviese aliados en Dorne, pero... No podía fiarse ni confiar una vez más tan ciegas como lo había hecho con el imbécil de Garreth Colina. "¿Quién eres tú?"

El hombre terminó de llenar el pellejo y lo dejó junto a la montura. Se quitó el turbante que llevaba entorno al cuello, y Erin pudo distinguir claramente su rostro, aunque no tenía idea de quién se trataba. Simplemente nunca lo había en la vida. Era moreno, de rasgos toscos curtidos por el sol y llevaba una barba tupida, tan oscura como la noche. Un par de cortes surcaban su ceja izquierda y lo que parecía ser un tatuaje podía distinguirse en el sudoroso cuello, aunque Erin no estaba segura de qué se trataba. Le miró pasmada, sin emitir sonido alguno mientras él se acercaba una vez más al río y comenzaba a beber, a mojarse el rostro y el cabello oscuro.

A Lannister DebtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora