Capítulo 25

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XXV

La vida de Lena Flores se reducía a cargar tiestos sucios desde el gran salón a las cocinerías, y si es que tenía suerte alguna, estar presente en las pocas visitas que prominentes señores hacían a Ermita Alta. La fortaleza parecía estar perdida en las montañas, aunque había veces en que los guardias anunciaban la llegada de un nuevo visitante, y nunca se trataba de alguien tan importante como para que la muchacha sintiese un poco de temor.

A Aelis la veía muchas veces, casi siempre en los pasillos sobre todo cuando caía la noche y las estrellas poblaban el cielo, así como las prostitutas cada rincón de ese tosco castillo. En un principio se había asustado, pero luego se había acostumbrado a ver a mujeres ir y venir de la alcoba principal, cada una más exótica que la anterior, algunas de las mismas mujeres que habían llegado junto a ella a Ermita Alta, y otras a las que nunca había visto en su vida.

Se había convertido en una prostituta durante su viaje al corazón de Dorne, pero ahora trabajaba como una sirvienta más, sólo gracias a lo que el lord de ese lugar había dicho. Había estado casi segura que su destino habría sido el mismo que el del resto de las mujeres, pero curiosamente Gerold Dayne había pensado diferente, sólo los dioses sabrían por qué. Le habían asignado una reducida habitación casi al final de una torre donde abundaban roedores y donde las noches parecían volverse aún más frías, una completa ironía ya que en el día parecía que el sol atravesaría las gruesas murallas de la fortaleza y los asaría a todos. Había una cama que resultaba ser mucho más cómoda que el suelo, un viejo espejo trizado por la mitad y una diminuta ventana que miraba hacia el oeste, la única fuente de luz proveniente en toda la habitación. El castillo poseía varias habitaciones, y Lena se atrevía a decir que a asegurar que era tan grande como La Roca, aunque parecía haber sido consumido por el paso de los años, dejado en el olvido en ese solitario lugar.

Cada mañana debía ir al pueblo que descansaba a los pies de la fortaleza, junto al río cristalino que descendía con fuerza hacia las tierras más bajas. Había un pequeño mercado que no consistía en más de cinco puestos donde se vendía carne de oveja y de serpiente, además de ejemplares de liebres y zorros. Había queso aunque siempre estaba duro y el vino escaseaba; lo único que esos habitantes tenían en plenitud era la tierra, que desafortunadamente era imposible de cultivar en la altura. No había más que tierra, polvo y más piedras de colores rojizos que parecían fundirse con el desierto interminable que les antecedía, aunque si se ponía a comparar ambos paisajes, sabía que era mujer mejor estar en ese lugar que quizás dónde.

Sarisa le acompañaba como un ratoncito asustado, mirándola con esos ojos oscuros que le recordaban a las uvas que solía ver en el su hogar de vuelta en el Dominio, o al menos eso le había dicho a la niña cuando juntas habían llegado hasta el pueblo en busca de harina. Sarisa no hablaba con muchas personas, pero Lena sabía que se había ganado la confianza de la muchacha, luego de que la descubriese robándose unos pastelillos de las cocinerías. Lena no había dicho palabra alguna a Taena, la madre de la pequeña, e incluso le había regalado otro pastel para que pudiese compartirlo con sus hermanos de vuelta en el pueblo. De todas las personas que abundaban en la fortaleza, Sarisa era la única que estaba dispuesta a charlas con ella, aunque el señor de Ermita Alta no debía enterarse de aquello.

"Me matará" soltó la pequeña con su diminuta voz, cuando regresaban a la fortaleza, mientras Lena cargaba unas liebres que habían adquirido en el mercado.

"No creo que lo haga" soltó la sirvienta mirándole con una sonrisa "Eres una niña encantadora"

"Pero a Estrellaoscura no le importa eso" repuso la chiquilla con los abiertos de par en par "No le gusta que esté en su presencia...Su hermano es mejor caballero que él"

A Lannister DebtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora