Capítulo Doce.

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Después de tener un gratificante paseo, todos volvieron completamente satisfechos con su pequeña excursión. A Florence le gustaría poder regresar en otro momento pues sintió que a pesar de que pasaron la mañana explorando el lugar, aún faltaron muchas más cosas por ver. Sobre todo porque la mayoría del tiempo su hermano estuvo pegado a los talones de las tres para que no hicieran nada que él considerara peligroso. Ya vería cómo lograr escabullirse en un futuro cercano. Por el momento, sintió que esa charla con Benjamin fue lo mejor que obtuvo de las ruinas ese día.

Cuando regresaron, la hora ya era pasada medio día. Ninguna de las cuatro mujeres que habían dejado esa mañana continuaba en la terraza. Suponía que habían pasado a una sala a refrescarse y tomar algún refrigerio.

Inmediatamente que los vieron acercarse, los mismos jóvenes que les habían traído los caballos se acercaron. Benjamin la ayudó a desmontar y seguidamente lo hizo con Anastasia. Detrás de ellos Robert ayudaba a Prudence que parecía aliviada a más no poder de haberse bajado de su caballo. Todos caminaron en dirección a la casa, pero ella tomó las riendas de Venus y acompañó a los mozos de cuadra a dejar a la preciosa yegua a su lugar. El lugar era como lo imagino, espacioso, iluminado y muy bien organizado, a ella siempre le gustaba ver cuando trataban a esos majestuosos animales con el cuidado y respeto que se merecían.

Dandole unos últimos mimos a la yegua, le acarició el hocico y se despidió de ella, prometiendo volver a montarla pronto. Florence se llevó una mano a la garganta, tenía una sed terrible, todo ese ejercicio la había dejado seriamente hambrienta y sedienta. Con disimulo, se encaminó a la cocina dispuesta a pedir un vaso de agua. Por el camino no puedo dejar de admirar las bellas decoraciones que la duquesa había hecho con la casa. Todo era diferente a como lo recordaba, tenía tapices más vivos y un alfombrado alegre. Aberdeen también era así ahora, gracias a que su madre cambió toda la decoración cuando su padre murió. Excepto su oficina, ese cambio sería decisión de Benjamin y hasta el momento no había hecho nada diferente con el lugar.

Le dio un último vistazo a los pasillos antes de continuar su camino. Las puertas de la cocina estaban abiertas, así que bajó los escalones y cuando iba a dar la vuelta se detuvo al ver a su doncella en la puerta trasera. Al parecer estaba hablando con alguien y por su rostro preocupado no parecía tener una buena conversación. Florence, aun a sabiendas de que espiar era malo, se pegó a la pared y se acercó un poco para escuchar.

Si esa mujer no le diera tan mala espina, probablemente no estaría haciendo eso, pero tenía que descubrir el motivo por el que su instinto le gritaba que no se mantuviera cerca de Rose. Ese tipo de sensaciones solo la tuvo cuando Violet se acercaba a ella en las fiestas junto con su séquito de jovencitas, al principio intentó ser amable e intentar llevarse bien con ella, pensó que quizá se estaba volviendo un poco paranoica con la gente y apresurada por juzgar sus intenciones después de lo sucedido con Norman, pero resultó tener razón. Violet Puggs era una mala persona que se resintió con ella por no haber cumplido su capricho de casarse con Benjamin.

Sacudió la cabeza, dejando la imagen de esa niña caprichosa de lado y concentrándose en escuchar la charla.

—Te he dicho que no vengas aquí cuando es de día—dijo su doncella, con voz temerosa.

—Tenía que comprobar lo que se dice en el pueblo, vieron pasar un carruaje y al parecer era Debonnie, Elaine dijo que vio a un hombre rubio en el carruaje también.

—Es verdad, él está aquí.

Hubo un momento de silencio que Florence no supo cómo interpretar, no quería asomarse por temor a que le vieran. Frunció el ceño pensando en sus palabras. ¿Estaban hablando de Joseph? ¿Ellos ya habían llegado? Vaya.
Pacientemente, esperó hasta que volvieron a hablar.

Salvar un corazón W2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora