Para Florence la vida siempre había sido muy clara con respecto a cómo se deparaba el futuro para ella. Sabía que en algún punto debía conocer a un caballero, casarse y posteriormente tener hijos. Fue lo que aprendió desde que tuvo la edad para entenderlo, fue lo que se esperó de ella e incluso era lo que más cómodo lo había parecido desde siempre.
Pero hubo un momento en el que hacer lo correcto ya no fue suficiente incentivo para preservar la prudencia. Llegó un momento en el que decidió que necesitaba conocer todo lo que se le había prohibido hasta ese día.
No iba a culpar a nadie más que sí misma, sería ilógico e injusto. Lo único que se seguía interponiendo entre ella y su absoluta obediencia era el mero hecho de que de su futuro dependían las oportunidades de matrimonio para sus dos hermanas menores. Gabrielle ya había fijado los estándares la contraer matrimonio con un Duque, todos sabían que podían llegar a conseguir matrimonios tan buenos como ese, su segundo matrimonio, aunque criticado por muchos por serlo con un americano, seguía siendo visto ventajoso y táctico.
Era su turno, era su oportunidad de redimir un poco del lodo que había ensuciado su propia conducta, por que, después de todo, aquél hombre del baile tenía razón. Era una mujer manchada.
Florence acarició el papel de la carta que llevaba minutos tratando de escribir. Se había sentado desde que despertó sobre su cómoda y había humedecido la pluma de tinta al menos unas seis veces debido a que en su indecisión el líquido se secaba. Sus manos se movían nerviosamente mientras encontraba la manera de comenzar a contarle a Liam todo lo acontecido en los últimos dos días. Sobretodo después de que en cierta parte ella esta estuviera involucrada de primera mano en manos sucesos.
Volvió a sambullir la pluma en la tinta y comenzó escribiendo el nombre de él. Por alguna lugar tenía que empezar.
Empezó a contarle lo desastrosa que se había vuelto la fiesta del viernes. Evitó deliberadamente adjuntar el acoso recibido durante el baile, ya hablaría de eso con su hermano después. Trató de ser lo más objetiva posible al describir la situación en cuanto a la salud de Laura y la desaparición de Joseph. Sabía que no conocía a ninguno de los dos y se limitó a darle los detalles más relevantes e importantes acerca de sus respectivas situaciones. Terminó indicándole que ella estaba bien, y que agradecía que se tomara la molestia de enviarle cartas a diario.
A veces eran tan cortas que las leía en un solo minuto, pero entendía que tenía demasiado trabajo y el hecho de que apartara un instante para dedicarselo significaba mucho paga ella.
Estaba cansada. No sólo física si no también mentalmente. Desde que encontró a Joseph no habían parado de buscar pistas sobre quién pudo haberle hecho tal cosa. Al final, cuando despertó, confesó haber sido robado y que cuando intentaron quitarle el reloj que Laura le había obsequiado esa misma mañana, se negó a dárselos, la consecuencia fue que lo golpearan hasta dejarlo en ende estado. Aunque parecía feliz de haber conservado el reloj.
Dos días sin dormir y ya estaba comenzando a pasarle factura.
Firmó la carta y la cerró rápidamente antes de mirar la cera con reticencia. Se había untado la mano con una cataplasma de lechuga que olía a asqueroso, después la vendaron.
Tomó la vela por lo más firme del ornamento y rápidamente dejó caer algunas gotas sobre la separación de la carta. No volvería a cometer el mismo error dos veces.
Una vez sellada, dejó el sobre encima de la mesa para que Rose lo recogiera más tarde y avanzó hasta su cama con la mirada anhelante y se dejó caer entre la comodidad y frescura. No tenía idea de la hora que era o si los demás estaban despiertos abajo, pero ella necesitaba con urgencia dormir un poco.
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Salvar un corazón W2
Ficción históricaWHITEMORE 2 La señorita Florence Whitemore fue conocida por ser un diamante en bruto dentro la sociedad londinense. Debido a su personalidad alegre, vital y dotada de gracia, todos caían rendidos ante el encanto de su belleza e ingenuidad. Tanto era...