Capítulo Siete.

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Hastidada.

Así se sentía con todo el alboroto que Anastasia hacía con sus emocionados gritos y risitas. Fuera los mozos subían las pertenencias de Benjamin, Isabella, su madre y Prudence para el viaje. Ella y su hermana Anastasia esperarían a que Robert y Laura llegarán para ir con ellos. Era desesperante ver lo emocionada que se encontraba su hermana por ir a un simple viaje de cortesía. Los duques de Rutland eran personas serias y estrictas, siempre seguían las reglas al pie de la letra, otra razón más para temer que ellos supieran ya sobre su error. La juzgarían duramente, aunque sin duda alguna lo merecería.

Aún así, con todo ese carácter desdeñoso, eran buenos. Quizá les hacía falta demostrar un poco más lo realmente importante que eran sus hijos y amigos para ellos. Desde la muerte de su hijo mayor, se habían vuelto más hoscos y cerrados al mundo, Peter no fue precisamente el hombre más adorable del mundo, pero murió de una forma cruel y horrenda, fue lo suficientemente fuerte como para marcar la vida de todos los Gallagher, haciendo que padres e hijo discutieran tanto y con tal zaña, que Joseph partió a rumbo desconocido y no se volvió a saber de él después de seis años. Hasta ahora.

Al principio Florence pensó que esa mujer egoísta que lastimó al mejor amigo de su hermano pudo haber sido rápidamente olvidada si él se hubiera dado el tiempo de sanar, pero cuando ella lo vivió en carne propia, supo y comprendió su dolor. La desesperación e incluso el sentimiento de pérdida que se pasaba cuando los pensamientos se comían el pensar de uno con burlas. Y añadir a eso la pérdida de un hermano, debió ser difícil no volverse loco de la pena.

Esperaba que Joseph estuviera bien. Por su bien y por el de sus seres queridos. Esa familia necesitaba urgentemente hablar con él corazón en la mano o pasarían la eternidad aparentando desprecio.

Se alejó un poco para sentarse en una de las bancas del jardín. Desde ahí observó sin ánimos todo el movimiento por parte de los sirvientes. No le hacía mucha gracia tener que acompañar a Laura en ésta mentira, pero se lo había prometido, quizá ella se daría cuenta tarde o temprano que era una locura enorme querer ocultar un embarazo. Infló las mejillas, aburrida porque realmente no había mucho que hacer.

Prudence estaba despidiéndose de sus amados instrumentos musicales, Ana metiendo la mayor cantidad de libros de aventura y héroes de batalla que le fueran posibles en su bolso de viaje. Isabella probablemente decidiendo que vestido sería más apropiado para el largo viaje y su madre dando órdenes a los pobres sirvientes para que apresuraran el ritmo de su trabajo. ¿Benjamin? Solo Dios sabría donde estaba.

Movió las piernas, levantando una pequeña mota de polvo lo que la hizo parar y cerrar los ojos un momento ante la nube que se formó. Vaya, parecía una niñita sin ningún mejor oficio que hacer tonterías. Talló sus ojos para aliviar el ardor y parpadeó, pero el  sonido de unos cascos de montura la hizo abrir los ojos abruptamente y vio como Gabrielle y Justin desmontaban cada uno de su respectivo caballo.

Rápidamente quitó el anillo de compromiso de su dedo y lo guardó en su ridículo con la mayor discreción que pudo. Había convencido a su familia de que sería ella quien le dijera y a lo que todos convenía, se lo había dicho precisamente ayer, en la visita que hizo al hotel para darle la buena noticia.
Solo que no le dijo nada y tampoco fue al hotel. Aprovecho para tener un día para ella sola y poner en orden sus ideas, esclarecer su mente. Fue lo mejor, solo que no se le ocurrió que vendría a despedirlas, cuando estuvo casada con ese ogro de Albert jamás tuvo oportunidades de salir de su casa.

Mal de su parte pensar que ahora sería gual. El señor Holland era un buen hombre.

Además de que Gabrielle estaba enterada de su desafortunada relación con Norman. Quizá no de la parte más escandalosa pero aún así su hermana era muy inteligente y si le decía que estaba comprometida después de haber pasado todos esos meses como cachorro sin hogar, sumaría dos más dos.
La única buena noticia, una que Astrid le había recordado, era que no resultó embarazada de ese tropiezo. Habría sido una real tragedia pues aunque el bebé no hubiera tenido la culpa, vería siempre el acto cobarde y sin honor del vizconde.

Salvar un corazón W2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora