Errores.
Era una palabra tan pequeña para algo que englobaba consecuencias de magnitudes astronómicas. Desde que era joven creyó que no importaba lo que hiciera o cuanto se esforzara por evitarlos, los errores siempre terminaban siendo parte de sus actos y, en cierta medida, eso era una de las razones principales que su padre vivía juzgando de su vida. Los superaba, los enmendada y trataba de aprender de ellos, lamentaba el comportamiento de su padre y después intentaba mejorar para demostrarle que era más de lo que su comportamiento dictaba.
Quizá fue demasiado pedir un consejo, una guía, una simple conversación. No iba a tener el descaro de culpar a su padre por su error astronómico, pero de alguna forma siempre que pensaba en cómo pudo haber solucionado el pasado, su padre era la clave.
Joseph miró el arma en sus manos. Era una arma que adquirió hace un tiempo en uno de sus viajes África, jamás la había disparado contra un ser humano y dudaba mucho que fuera hacerlo ahora, pero no confiaba en Davina y no confiaba en la gente que la rodeaba. Esa pistola había sido el objeto por el que iba la noche en que se despidió de Florence, la noche en que dejó la mitad de su corazón partir.
Recordó el tono suplicante en la voz de Florence al pedirle que no se marchara, que se quedara con ella. Tomó una profunda respiración al sentir un nudo en la garganta. Solo Dios había sido testigo de cuán doloroso había sido abandonar esa habitación y dejar a la mujer que amaba por volver con Davina.
Davina.
Davina Grayson, Davina Taylor... Davina Gallagher.
Esa mujer que había tenido más identidades que un espía de la corona había sido su más grande error. El peor de todos. Era su maldita culpa que ahora tuviera que estar muriéndose por dentro al saber que Florence tendría que casarse, que sería otro quién la besara, quién la acariciara, quién le hiciera el amor.
Joseph cerró el puño en torno al arma y se imaginó con regocijo a sí mismo poniendo una bala en el cráneo de esa desgraciada víbora. No le importaba si lo mataban al instante, sabría que esa interesada también se habría ido con él.
Lo único que lograba tranquilizarlo, es que su padre ya había establecido contacto con el departamento de policía de Londres, estaban trabajando en investigar de forma exterior a Gregor Paisley, el nombre del sujeto que Benjamin consiguió como contacto directo de Davina en la policía. Se estaban tomando su maldito tiempo, en una puta semana apenas y habían logrado establecer un vínculo con uno de sus primeros casos como patrullero.
No sabía cómo, pero tenía que encontrar la manera de acabar con todos y cada uno de esos lastres.El sonido agudo de una risa lo alertó y guardó el arma en su pantalón, ocultando la culata con su abrigo. La puerta de la modesta casa se abrió y pudo ver a Davina entrar con una sonrisa gigantesca.
—Oh cariño, no tienes idea de las buenas noticias que tengo.
La castaña entró a la casa acompañada de dos de los sujetos que Joseph reconoció inmediatamente como los que lo habían asaltado aquel día de su cumpleaños. Ambos lo miraron con una expresión de burla mientras Davina ponía delante de él un periódico del día de hoy. Señaló con su dedo una de las noticias y Joseph sintió las entrañas arder, apretó las labios con fuerza y tomó aire mientras sostenía el papel.
La unión de la señorita Florence Whitemore, hermana del conocido marqués de Aberdeen ya tiene fecha. Se casará a finales de este mes con el actual tutor de condado de Derby, Lord Liam Wrestling. ¡Tendremos nuestra primer boda de la temporada!
Según varios rumores que navegaban por ahí, se niega cualquier escándalo relacionado con el desaparecido Lord Holliday. La señorita Violet Puggs, íntima amiga de la señorita Whitemore, ha desestimado esos cotilleos y aseguró que la boda entre ambos llevaba tiempo planeándose, por lo que un romance con el vizconde era imposible.
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Salvar un corazón W2
Historická literaturaWHITEMORE 2 La señorita Florence Whitemore fue conocida por ser un diamante en bruto dentro la sociedad londinense. Debido a su personalidad alegre, vital y dotada de gracia, todos caían rendidos ante el encanto de su belleza e ingenuidad. Tanto era...