Capítulo Veintitrés.

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Había tenido el valor suficiente para venir hasta la ciudad aquella mañana, no cabalgó porque seguía siendo algo prohibido por el médico, sin embargo se aseguró de que nadie lo sugiera al momento de salir de casa.

Pensó profundamente en el enfoque de cómo abordaría a esa maldita y traicionera mujer.

En realidad no tenía ganas de volver a verla, la sola idea le hacía recordar cuán enfadado le recalcó a su padre que no tenía intenciones de buscarla... Y aquí estaba, parado delante de sí puerta. Con los puños cerrados debido al temblor y la garganta seca de los nervios. Tenía los pensamientos hirviendo su mente a una velocidad que no creía normal, era como si por un segundo su propia personalidad se hubiera apagado debido a la abrumadora cantidad de sensaciones.

Miró hacía atrás donde el cochero se había alejado hace tiempo para instalarse a la vuelta de la esquina. El barrio era una decente, uno en el que una familia podría vivir cómodamente de manera ininterrumpida y modesta. No era nada lujoso, pero parecía un buen lugar para establecerse. Por supuesto, ésta era la residencia que Davina obtuvo después de su matrimonio con Roger Taylor, ambos se mudaron de Shaftesbury a la residencia de él en la ciudad de Bath.

El sujeto era un pobre desgraciado que tuvo el desfortunio de caer bajo los encantos de una mujer muchísimos años más joven que él. Era dueño de una botocaría, también actuaba como una clase de médico sin licencia. Era un hombre decente, honorable y bondadoso según contaba la gente.

Y entonces conoció a Davina.

El hombre cambió drásticamente tras su matrimonio con ella. Pocas veces se le veía en público, era conocido por todo el vecindario que Davina tenía múltiples amantes y no contenta humillar de esa forma a su esposo, los metía a la casa que compartían ambos. Y aún así, esa maldita lo tenía dominado, justo como lo estuvo él en algún punto de su vida.

No había sido su intención indagar tanto acerca de la vida de la mujer que destrozó la suya, pero una vez que empezó, las preguntas siguieron saliendo una tras otra, no fue capaz de parar. Incluso se atrevió a preguntar a la gente por el chiquillo que supuestamente había tenido, uno del cuál todos estaban seguros el padre no era el difunto señor Taylor.

Había querido evitar pensar en eso, hacía toda clase de cosas desagradables y otras más placenteras...

Pero su mente siempre terminaba arrastrandolo al mismo punto. Tenía que enfrentarla, darle un final al dolor que por años creció como una maleza venenosa en su alma.

Abrió y cerró las manos varias veces antes de tocar la puerta con el número 529 en unas figuras doradas bastante faltas de brillo. Pasaron unos segundos en los que sólo se escuchaban voces hasta que la puerta de abrió y tuvo debate de él a la que había actuado como vigilante en Humbletown durante los días pasados.
El rostro de la mujer fue de evidente impacto, probablemente no se esperaba volver a verlo y menos en la puerta de la casa de su hija.

Cómo Rose Grayson no se recuperaba de su asombro, de dio la libertad de entrar aún cuando no había sido invitado, importandole poco si era o no cortés hacer algo así.

—Señor Gallagher, ¿Qué está haciendo usted aquí?—fue lo primero que dijo aquella mujer al reaccionar.

—Vine a cumplir los deseos de su insistente hija, si se atrevió a ponerme vigilancia y a irrumpir en mi hogar para verme—hizo un ademán significativo—. Algo importante tendrá que decirme.

—¡Por favor váyase, le prometo que no lo molestaremos más!

—¿De verdad?, ¿Así de fácil?—sonrió, pero quería gritar—. Verá, la cosa es, que no confío en usted o en su hija.

Salvar un corazón W2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora