Capítulo Treinta Y Uno.

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Si existiera una manera de asesinar a alguien sin ser responsable de algún tipo de consecuencias o agravios legales, Joseph se habría abalanzado directamente contra aquella bruja manipuladora para apretar su cuello. La mirada asesina que estaba lanzándole probablemente revelaba sin restricciones sus pensamientos asesinos, pues la sonrisa arrogante en el bello rostro de Davina tembló un poco y, amedrentada, dio unos vacilantes pasos atrás.

Su padre y su madre se quedaron en silencio, ambos viendo con sorpresa al niño, Joseph por su parte ni siquiera quería verlo. No necesitaba saber absolutamente nada de él, su existencia había sido un secreto por años ¿Por qué debería sentirse cercano de un día para otro? Fuera o no su hijo, no le interesaba conocerlo.

—No es mi hijo y lo sabes bien.

—¿De quién más sería? Antes de mi primer esposo, fuiste el único hombre en mi vida.

—Te acostaste con mi hermano.

—¡Ustedes la obligaron! —estalló su primo.

—Dios Santo... —musitó su madre, afectada.

—¿Eres tan imbécil para creerte esa estupidez? ¿Qué la hemos forzado? —Joseph casi escupía las palabras, estaba fúrico.

—Frederick, hijo, esta mujer te ha nublado el juicio —insistió su padre que, de todos, era el segundo más calmado.

La primera era esa diabólica víbora que ni aun cuando ponían en cuestión su cortada, se mostraba preocupada de que su primo entrara en razón. Parecía bastante segura de su posición y se preguntó cómo es que Davina era capaz de engatusar a los hombres a tal punto en el que pierden la razón, los sentidos y la moral. Esa clase de mujeres, esa maldita clase de mujeres eran tan peligrosas y letales como una explosión.
Los ojos claros de Davina lo miraron con una luz triunfadora, estaba claro que su juego había empezado y no pararía hasta ganar.

Mientras todos se hundían en sus batallas de pasados contra racionalidad, la duquesa de Rutland se acercó dudativa hasta la pequeña figura que se había quedado agazapada detrás de su madre. Los ojos de le nublaron de lágrimas cuando reconoció en él la viva imagen de su difunto hijo Kyle. Recuerdos difusos llegaron a su mente, la fuerte lluvia, el olor a barro y después... después vio el cuerpo de su hijo, helado y sin color. Su cuerpo inmóvil sobre su cama y con el cabello sucio y ensangrentado. Sintió como nuevamente una espada de hierro fundido se enterraba en sus entrañas y la cortaba por dentro. Era el dolor de la pérdida, el dolor de una madre.

Este niño definitivamente era un Gallagher, era su nieto.

Emocionada, extendió una mano al pequeño al mismo tiempo que se arrodillaba en el suelo sin importarle si era o no apropiado.

—Mucho gusto conocerte, Colin, ¿Puedo llamarte así?

El niño observó tímidamente sus manos un segundo antes de asentir en silencio. Estaba vestido elegantemente, como lo estaría un niño de la aristocracia, sin embargo, por su constante movimiento, era evidente que no se sentía cómodo en esos atavíos.

—Lamento mucho todo el desorden, los adultos suelen discutir.

—Mi mami siempre grita —confesó.

—¡Colin! —regañó Davina.

La mirada displicente que la duquesa le envió a la mujer reafirmó la idea de que ella no era bien recibida en la conversación.
Sobre todo cuando su excelencia presenció como el pequeño tembló cuando su madre dijo su nombre. En definitiva, ese pequeño no tenía una vida fácil junto a su madre.

—¿Te parece si vamos a otro lugar a tomar una bebida y algunas galletas?

—¿Puedo mamá? —preguntó el niño a la mujer frente a él.

Salvar un corazón W2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora