—¡¿Irnos?! —exclamó Ana.
—¡¿Mañana?! —la imitó Pru.
—¿Por qué? —aquella pregunta más suave y triste fue de parte de Isabella.
Florence simplemente se mantuvo en silencio, en la esquina de la habitación contemplando como su hermano se quedaba de pie en el medio de la salita mientras todas las mujeres Whitemore lo miraban con extrañeza.
Gabrielle parecía bastante calmada y era porque, de hecho, ella ya tenía planes de regresar a la ciudad. Casi tenía un mes aquí y David había mandando una misiva en la que le pedía que volviera para que el doctor pudiera revisarla. Gabrielle había dicho que era una tontería, pero quería evitar confrontaciones con su esposo y su eso lo ayudaba a sentirse cómodo con el embarazo, haría lo que le pidiera por el momento.
Su madre, en cambio, tenía la misma actitud decidida en el rostro que su hijo, lo que significaba que ambos habían sido erigidores de la idea.
—Hemos estado más de lo indicado, no quiero abusar de la hospitalidad de su excelencia, además, tengo asuntos urgentes en Londres.
—Pero lady Rutland dijo que no es molestia, nos considera parte de la familia —replicó su hermana con el mismo ímpetu desafiante que la caracterizaba—. ¿No puedes regresar tú solo?
—Dijiste que nos quedaríamos hasta fin de mes.
—Niñas, su hermano tomó una decisión y no vamos a contradecirlo. Hoy mismo nos prepararemos.
—Pero mamá... —comenzó Ana.
—Sin peros, has de obedecer.
Anastasia infló las mejillas en señal de impotencia y dio la media vuelta para salir de ahí apresuradamente. Su madre suspiró y pasó un brazo por el hombro de una muy apagada Prudence.
Quedaron solamente cuatro personas en la sala y ninguna de ellas parecía dispuesta a romper aquella ausencia de sonido, la joven rubia empezó a sentir un ligero temblor y bajó la vista solo para comprobar que sus manos se movían inconscientemente.Se preguntó la razón por la que su hermano había llegado a tomar aquella decisión y si de alguna manera tenía que ver con el hecho de que ayer no pudo ver a Joseph durante todo el día. Según Astrid y lo que le habían dicho las doncellas encargadas de la limpieza, no había pasado la noche en su habitación. No pudo dormir de solo pensar que algo pudiera haberle pasado, cuando preguntó al Duque, simplemente le respondió que no había motivos para preocuparse, pero si que los había.
Quería confiar en que todo estaba bien, sin embargo, nuevamente sentía ese pesado sentimiento en la boca del estómago. Era como un dolor que devoraba todo a su paso y se acentuaba más haciendola dentro mareada y ansiosa. Aunque de alguna sorprendente forma logró mantenerse serena cuando su interior bullia de nerviosismo.
Isabella se levantó de su asiento luciendo tan perfecta y decorosa como cabría esperar de la esposa de un marqués. Siempre presente, pero nunca oponiéndose a lo que se decidiera.
—Creo que iré a preparar mis cosas para marcharnos —develó con aire lastimero—, ¿Quieres que le pida a tu ayuda de cámara que prepare tus cosas?
—Si fueras tan amable, gracias —concluyó Benjamin a su esposa.
Cuando los tres observaron a la pelirroja abandonar por completo la habitación dejándolos a los tres tras puertas cerradas, Gabrielle se levantó se un salto y señaló a su hermano con ahínco.
—¿De qué va todo ésto? Tu no actúas por impulso.
—Simplemente es tiempo de irnos.
—Benjamin, ¿Qué está ocurriendo?
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Salvar un corazón W2
HistoryczneWHITEMORE 2 La señorita Florence Whitemore fue conocida por ser un diamante en bruto dentro la sociedad londinense. Debido a su personalidad alegre, vital y dotada de gracia, todos caían rendidos ante el encanto de su belleza e ingenuidad. Tanto era...