Capítulo Veinte.

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—Entonces decidimos cambiar de estrategia. Figgins es un hombre astuto, pero nosotras supimos como lograr que quedara tan manso como un cordero.

Florence asintió sin realmente prestar atención a la extraña historia que Astrid le contaba sobre el día que hicieron enojar a su mayordomo. En esos dos días, no se había atrevido a salir de su habitación, alegando dolores estomacales a causa de un sangrado del mes que realmente no tenía. Evidentemente su doncella entendía que todo era una treta, pero no se había atrevido a contarle lo que había sucedido en la salita rosa de la duquesa.

Cielos, ni sí quiera ella estaba segura de sí aquel beso había sido real.

Pero cuando creía que sólo había sido producto de su imaginación, sentía el calor del cuerpo de Joseph quemando en su interior. Como si hubiera dejado una marca de fuego en lo más profundo de su alma.
Sentía sus labios reclamando con bastante voracidad los suyos, el rastro ardiente que había quedado en la piel de su cuello aún seguía presente sólo de recordar como había grabado sus besos, incluso si cerraba los ojos y se concentraba lo suficiente, podía sentirse rodeada de su aroma. La fuerza con la que la sostuvo, como si no estuviera dispuesto a soltarla nunca, seguía dejando una sensación de abandono tan honda, que por un momento deseó haber vuelto a besarlo.

En algún punto del pasado se preguntó que se habría sentido ser besada por él y ahora lo sabía. Fue como si dentro de ella hubieran rescoldos que al mero contacto estallaran en poderosas llamaradas las cuales abrasaban todo a su paso. Incluso cuando al principio la había tomado por sorpresa aquel beso, no tardó en romper la resistencia y entregarse por completo a la peligrosa libertad que experimentó entre sus brazos.

Los besos que había compartido antes con Norman le figuraron infantiles en comparación con el desconcertante abandono que experimentó con Joseph.

Y esa noche cuando bajó a cenar, Florence sentía que se volvería líquida bajo la insistente mirada felina que le dirigía. Pasó toda esa noche ignorandolo y al momento de dormir, cuando aún sentía su respiración sobre su rostro, su cuerpo cerca del suyo y sus ojos apasionados sobre ella, supo que no podría conciliar el sueño.

Todo había sido sumamente contrario al beso que compartieron de niños. Aquél fue un simple juego, un contacto tan simple e inocente, que distaba mucho de ser la arrebatadora experiencia que vivió durante esa mañana.

¡Por Dios! Tenía que detenerse

Ella no podía seguir pensado en ese beso, por más magnífico que la haya parecido, no era correcto. Estaba comprometida y había faltado por completo el respeto a Liam al haberse dejado llevar de aquella forma.
Si su hermano llegara a enterarse de lo ocurrido, estaba segura que se desataría el infierno.

—Florence, no pareces estar bien—Astrid dejó de acomodar el calzado y se acercó—. ¿Qué te ocurre?

Florence sintió que se le formaba una gran presión en el pecho, una que no sabía cómo liberar.

—Estoy asustada.

El rostro de se amiga se tornó serio en cuanto escuchó la vulnerabilidad en sus palabras y tomó asiento a su lado en el futón frente a su cama. Florence no podía dejar de pensar que había cometido una traición enorme, sobretodo porque seguía repitiéndo la escena una y otra vez.

—¿Qué te pasa?

—Yo hice algo horrible.

Astrid se quedó a su lado, esperando pacientemente a que ella reuniera el suficiente coraje para contárselo. Tenía que hacerlo o iba a volverse loca.

—Joseph y yo nos hemos besado.

La castaña frunció el ceño, confundida al principio pero cuando comprendió la situación su boca formó un pequeño círculo asombrado.

Salvar un corazón W2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora