La noche había acabado perfectamente según sus propios pensamientos idealistas. Todo fue tan espectacular como se planeó y, de no haber sido por el mínimo detalle de que la pérdida de Gabrielle la entristeció más de lo debido, pudo haber disfrutado tanto como el resto de su familia.
Suspiró de forma distraída al acariciar una de las rosas blancas que horas atrás había formado parte de la decoración de la fiesta en la boda de su hermana mayor. Sonrió, pero la sonrisa no llegaba a sus ojos completamente, era cerca de las dos de la mañana, aún estaba muy oscuro y sus hermanas recién se habían retirado a sus habitaciones para prepararse a entrar a la cama. Debido a que la fiesta inició en horario un poco más temprano de lo habitual, terminó de la misma manera. Fueron los últimos en abandonar el hotel, despidiendo de la mano a Gabrielle y a su ahora esposo David Holland.
El hecho de que ella volviera a estar casada le parecía estupendo, Dios en el cielo era testigo de las pruebas tan difíciles que soportó, no obstante, sentía que era la única que podría entenderla un poco cuando se llegara el momento de decir la verdad. Temblaba cómo una hoja ante la idea de confrontar a su hermano. No sentía el apoyo suficiente de Anastasia o de Prudence e Isabella a pesar de su amabilidad, seguía siendo la esposa de Benjamin, su posición era obligatoriamente de su lado.
Una triste lágrima escapó de sus ojos hasta avanzar su solitario camino por su mejilla y terminar en sus labios, el sabor salado le recordó que no era la primera vez que el llanto había sido su primera salida de desahogo.La rosa blanca se estrujó con fuerza entre sus dedos arrugando y maltratando la piel aterciopelada de los pétalos. Tanta belleza, tanta pureza y había sido tan fácil destruirla. Tan solo un poco de fuerza y todo lo que quedó de su majestuosidad se convirtió tan solo en un recuerdo.
Al igual que ella.
Florence sabía que ella jamás podría tener aquello de lo que Gabrielle disfrutaba ahora. Un hombre que la amara, la respetara, un matrimonio feliz, eso había terminado para ella.
Un pequeño acceso de llanto subió desde su pecho hasta su garganta y en menos de lo que pensó, se encontraba sollozando por lo que una vez pudo haber sido. El dolor y la rabia la atacaron. Recordó sus palabras crueles, la burla en su mirada y la satisfacción de su hazaña, ella había sido una completa tonta por haber creído en alguien de quien todos huían. Se dejó engañar por sus poesías, sus detalles románticos y todas esas zalamerías que supieron exactamente como conquistarla. Tácticas que seguramente había usado en muchas otras ocasiones; con otras mujeres, con otros labios, con otros brazos.
Lanzó la rosa al suelo, como si al hacerlo se estuviera desquitando.
¡Mintió por él! Hizo todo lo que una vez le pidió, ella lo adoraba, hubiera estado dispuesta a cualquier cosa por estar a su lado y se alejó en cuanto obtuvo lo que quiso. Los sueños que compartieron, los planes que erigieron, esa burbuja de alegría que parecía inundarla siempre se transformó en una nube oscura y asfixiante de pura melancolía. Le dio tanto y le pagó con tan poco.
Le entregó su amor, su alma... Su cuerpo.Sin poder evitarlo, subió las piernas a la altura de su barbilla y hundió el rostro entre el hueco que conformó con sus brazos para poder llorar largo y tendido. Necesitaba volver a despedirse de lo perdido, sería una solterona sin duda. Ya tenía dieciocho años y pasaría a otra temporada sin compromiso, nadie la querría después de que el rumor se expandiera. Todos en algún momento lo sabrían, que se volvió una más en la lista de Norman Holliday, una boba más que creyó poder cambiarlo con el poder del amor.
¡Menuda tontería!
¡Ella era una tonta!Ningún hombre quiere a una mujer manchada y señalada. Todos los caballeros que alguna vez desearon cortejarla ahora saldrían corriendo cuando supieran.
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Salvar un corazón W2
Fiction HistoriqueWHITEMORE 2 La señorita Florence Whitemore fue conocida por ser un diamante en bruto dentro la sociedad londinense. Debido a su personalidad alegre, vital y dotada de gracia, todos caían rendidos ante el encanto de su belleza e ingenuidad. Tanto era...