Capítulo Dieciséis.

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Florence había pasado gran parte de su día tratando de acercarse a Joseph un momento para poder felicitarlo, no obstante por alguna extraña razón parecía huir en el instante en que la veía. Eso era desconcertante y no sabía muy bien si debía hacer algo definitivo al respecto.
Lo había visto salir de un lado para otro del brazo de Laura y la duquesa, probando diferentes platillos y sonriendo en los momentos que se decía algo relacionado a su enérgica forma de comer.

El regalo que había encargado para él, el catalejo, había llegado a primera hora con el grabado del nombre que siempre usaba en sus juegos. La pieza estaba perfectamente empaquetada, todo estaba en orden para ser obsequiado, solo que no había tenido un buen momento para dárselo.

Miró su cama, dónde la caja descansaba olvidada luego de que se diera por vencida al tratar de alcanzarlo. No entendía los motivos pero estaba segura que la estaba evitando, desde ese día en los columpios él parecía un poco más distante con ella. Quizá su comportamiento lo había hecho pensar algo en flagrante al haber insistido en ocultar la información de su carta. ¿Y si desconfiaba de ella? No podía llegar a pensar que se originara un malentendido.

Tenía que resolver lo que sea que sucediera.

Y de paso informarle que Davina estaba aquí, al acecho de poder acercarse a él. No iba a dejar que esa mujer arribista volviera a llenarle la cabeza de tonterías. Aunque estaba la cuestión del niño. Podrían no ser la misma persona, podría ser que ese niño fuera de otra mujer.

¡Cielos! Había tantas cosas que necesitaban una respuesta y no dejaría que su comportamiento siguiera interfiriendo con ello.

Terminó de arreglarse con la ayuda de Rose, a decir verdad no estaba precisamente ansiosa por bajar a la fiesta, con todas las demás personas iba a ser mucho más difícil poder llegar a conversar con Joseph. Trató de ver la situación con optimismo, aunque era difícil imaginarse un buen escenario con lo que había empezado tan mal desde el principio.

Ahora solo tenía que bajar y buscarlo. Aunque podría demorarse un poquito, tampoco quería lucir desesperada.

Observó que Rose llevaba su ropa a la cesta para llevarla a lavado. En momentos como esos le gustaría tener la osadía de Ana y preguntarle de frente su apellido, el nombre de su hija o que diantres hacía en el pueblo que no la encontró hasta después de que Debonnie eligió nuevos modelos de vestuario. No entendía muy bien por que le tenía aprensión a esa mujer, si bien estaba segura que le mentía, era como si tuviera miedo de que le hiciera algo.

Estaban solas, si le comentaba algo que no le gustaba o daba indicios de descubrirla podría atacarla.

¡Cielos! Ya estaba exagerando. Todas esas historias de los libros de Anastasia le estaban afectando. Rose podría ser una mentirosa, pero no tenía pinta criminal, o al menos eso se decía para tranquilizarse.

-Hemos terminado aquí, ¿desea que la escolte a la fiesta mi lady?-ofreció sin mirarla, en ese tono característico de ella.

Amable pero no realmente interesada.

-No, gracias, mi madre estará ahí.

Asintió, llevándose la cesta y bajando por las escaleras de servicio. En cuanto cerró la puerta. Florence se levantó y tomó la caja aún cubierta de su cama. Lo había abierto para comprobar que todo estuviera en orden. Acarició la carcasa de manera y decidió que no era un buen momento para dárselo, seguramente estaría ocupado con los invitados.

Se acercó a la ventana de su habitación, al ser de las últimas del pasillo, tenía poca visión del jardín delantero, aún así podía ver que los carruajes seguían llegando. Cerró la cortina, era la primera fiesta después de la recepción de bodas de Gabrielle a la que asistía después de meses de recluirse. Solo esperaba que su ansiedad no le jugará en contra puesto que últimamente se había vuelto demasiado paranoica de todo.

Salvar un corazón W2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora