La reunión fue exactamente como lo imaginó. Todo fue realizado en el exterior, en el jardín de la modesta propiedad de la vizcondesa. Las fiestas campestres eran un poco más privadas, lo que significaba que estaba repleto de damas meciendo sus abanicos para protegerse de los fuertes rayos del sol y usándolos como medio de seducción para los pocos y valientes caballeros presentes.
Florence apretó el brazo de su madre puesto que esta celebración no era como la de Laura. No podría ir a ocultarse o retirarse en cualquier momento en el que ya no le agradara el ambiente. Ahora dependían completamente del tiempo en que Benjamin pretendiera socializar. Aunque teniendo en cuenta la máscara de disgusto que portaba, seguramente no sería mucho.
El jardín estaba decorado exquisitamente, vio con asombro que la propiedad contaba con su propio lago, artificial por supuesto, pero era un lujo que ni siquiera Humbletown tenía.
Lady Mousseley aparecio practicamente de la nada ante ellos, vestida elegantemente en un conjunto amarillo brillante. Los ojos de Anastasia brillaron y comprendió que sería mejor vigilarla para que no fuera soltar algún desafortunado comentario acerca del color del vestido de la anfitriona. Su madre puso su mejor sonrisa para saludarla y Florence la imitó, ya le habían advertido que podría llegar a ser la víctima de la vizcondesa aquella tarde debido a que la evitó en dos visitas anteriores. Sería mejor derrochar buenos cumplidos.
—Lord Aberdeen, mi lady—dijo realizando una vaga reverencia a su hermano e Isabella—. Me alegra tanto que ustedes y su familia completa aceptaran mi invitación a este su hogar.
—No nos perderíamos tan encantadora celebración, lady Mousseley—respondió Isabella con cortesía.
—Está siendo usted generosa, señora marquesa.
Su madre y ella compartieron una mirada, estaba siendo demasiado agradable esa mujer. Si Constance Whitemore no hubiera tenido experiencia conociendo ese tipo de comportamientos, casi podría asegurar que la vizcondesa era una mujer dulce como el azúcar.
Pero ya era tiempo de quedarse al margen, los nuevos marqueses de Aberdeen tenían que abrirse paso en el cruel mundo por sí solos. Y ella estaría ahí cuando necesitarán un consejo.
Florence empujó suavemente a sus hermanas para que dieran un paso al frente, pues parecían alejarse discretamente para salir del rango de atención de la dama en cuestión. Ambas le dieron una mirada fastidiada, pero se recompusieron cuando lady Mousseley se acercó a saludarlas.
—¡Niñas! Siempre es maravilloso volver a ver a estas jovencitas tan hermosas—miró a su madre—. No me canso de decirtelo Constance, todos tus hijos son hermosos, debes ser una madre orgullosa.
—Lo estoy, pero más que por su belleza, estoy orgullosa de su bondad—elogió su madre, viendo a sus tres hijas.
Alguna vez pensó que incluso cuando no había razón alguna para seguir creyendo en la decencia humana, las personas debían seguir conservando la esperanza de conocer un mundo mejor. Ella y sus hermanas tuvieron afrontaron situaciones difíciles, aunque quizá Benjamin tenía razón. De los cinco hermanos—ahora seis con Justin—quizá fue la que menos sufrió.
No podía decir lo mismo de sus hermanas, pero de alguna manera lograron crecer con la idea de que era mejor ofrecer que exigir.
Ella también estaba orgullosa de su familia.
Cuando fue consciente de que seguían teniendo a la vizcondesa delante, todo ánimo se evaporó.
La realidad era que esa mujer no era una mala persona en el sentido despiadado. Era una lengua venenosa que se dedicaba a fomentar el cotilleo dentro de sus fiestas. Todo aquél que pusiera un pie en su propiedad debía estar preparado para escuchar lo más escabroso de la "perfecta" sociedad londinense. Florence no soportaba el hecho de que su influencia creciera en base de destruir otras. Era simplemente deplorable. Pero entendía que así era como se movía el mundo.
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Salvar un corazón W2
Fiction HistoriqueWHITEMORE 2 La señorita Florence Whitemore fue conocida por ser un diamante en bruto dentro la sociedad londinense. Debido a su personalidad alegre, vital y dotada de gracia, todos caían rendidos ante el encanto de su belleza e ingenuidad. Tanto era...