Joseph estaba tan sumido en una gran y profunda paz en donde estaba recostado que de hecho no escuchó entrar a su mayordomo y las varias llamadas que le hizo. Probablemente el alcohol, combinando con el hecho de que llevaba dos noches sin haber tocado su cama si quiera, fueron los causantes de que terminara dormido como un bebé sobre el sillón de su sala privada. Cuando llegó ebrio y satisfecho el sol apenas estaba saliendo en su amanecer, levantó la cabeza con mucho esfuerzo y dolor para poder ver a través de las cortinas y descubrió que de hecho el cielo estaba igual.
—No he dormido nada, ni si quiera ha amanecido—soltó molesto—. Vete y déjame dormir.
—Mi lord, ha dormido catorce horas—explicó calmado el pobre hombre—. Está atardeciendo, no amaneciendo.
Joseph gruñó, quería dormir por Dios. Le importaba un cuerno si llevaba dos días tirado ahí.
—¿Qué pasa?—terminó por preguntar al ver que no se iba.
—Tiene visita, una dama molesta y muy decidida—parecía consternado—. Se niega a presentarse y cuando le dije que usted reposaba, dijo que no le interesaba.
Eso sí que lo obligó a abrir los ojos de un solo golpe, se enderezó sobre el sillón tan rápido que sufrió de un mareo. ¿Había una mujer en su casa? Bueno, tampoco es que los últimos dos días hubiera estado tan ebrio como para dar su dirección. Además de que evitó a toda costa dormir con alguna mujer pues desconfiaba hasta de su sombra desde que llegó.
Incluso cuando sentía la necesidad de desahogarse, sus sentidos comunes seguían salvandole el pellejo.Quizá se trataba de un mecánismo viejo y preciso que desarrolló y perfeccionó con los años después de darse cuenta que acercarse emocionalmente tanto a una persona, solo hace que uno termine lastimado. Durante seis años se dedico a viajar, a descubrir y a empaparse de nuevos conocimientos culturales. Había visto y escuchado de todo, fue una buena manera se olvidar el dolor, pero cuando su mente empezaba a encariñarse demasiado con la idea de un lugar, entendía que era momento de irse y partir lo más lejos posible.
No importaba el destino. En todo el mundo tendría empleo coleccionando arte o aventurandose en expediciones para dar su punto de gusta arqueológico, histórico y cultural acerca de los diferentes artefactos. Joseph estaba satisfecho con su vida, incluso si sus padres la reprobaban con toda su alma. No era que fuera el único hijo descarriado, pero si él más cínico al respecto.
Fastidiado decidió ponerle fin a amabas intrusiones, quería lejos a su mayordomo para poder dormir y lejos a esa mujer.
Se puso de pie, notó que estaba descalzo y con la camisa desfajada. Aunque realmente no le importó, el único que parecía reprobar sus acciones era su querido y correcto mayordomo, pero a Joseph le importaba un cuerno.
Caminó tambaleandose de ahí con ayuda del tipo, se sostuvo de las paredes hasta que llegaron a la puerta, pero una idea lo hizo detenerse, o mejor dicho una necesidad. Necesitaba comer urgentemente. En el estómago se le formaba un vacío enorme de solo pensar en las horas que llevaba sin pasar bocado, estaba malpasandose demasiado.
—¿No pensó en llamar a la policía?
—Si lo pensé señor. Pero si llamo a la policía tendrían que entrar por la dama y tendrían que verlo... A usted—confesó en un tono extraño.
—¿Y que diablos tendría de malo? La última vez que lo consulté sigo siendo el dueño de ésta casa.
—Se crearía un escándalo mi lord, en su estado actual todos pensarían que se trata de una meretriz que se negaba a partir.
Eso era nuevo. Jamás había sido llamado ebrio irresponsable e incitador con tanta clase. Pero también le trajo una respuesta.
—¿Tan loca luce la mujer?—inquirió curioso.
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Salvar un corazón W2
Historische RomaneWHITEMORE 2 La señorita Florence Whitemore fue conocida por ser un diamante en bruto dentro la sociedad londinense. Debido a su personalidad alegre, vital y dotada de gracia, todos caían rendidos ante el encanto de su belleza e ingenuidad. Tanto era...