Tenía tiempo que no visitaba los puertos o la parte cercana al mar de la ciudad. Olvidó que el olor podía llegar a ser un poco desagradable en esas zonas, aunque imaginaba que en el puerto comercial el hedor era peor.
En esa temporada el aire se sentía más filoso y penetrante cerca del mar. La brisa fría la hizo temblar ligeramente, se abrazó a sí misma para darse calor mientras esperaba.
Florence contempló el enorme barco que se mostraba ante ella con la imponencia de un gigante, era una nave elegante y estética, una diseñada para transporte humano y no cargamento de alimentos como los que usaba su hermano. Vio a los hombres subir algunos baúles mientras algunas damas miraban por la borda con aspecto de funeral. Ella misma recordaba la primera vez que se subió a un barco, fue un viaje de horas, de puerto a puerto, pero la experiencia la hizo sentirse verde de las náuseas.
Se dio la vuelta para ver a Liam hablar con unas personas, estas se despidieron afectuosamente de él antes de retirarse. Después, caminó hasta a ella con una sonrisa.
—Eres un hombre apreciado en la ciudad.
—Las ventajas de irte a otro país, todos reconocen tu valor una vez que estan a punto de perderte —aleccionó con humildad—. Además, dejé un proyecto a medias aquí, quieren que regrese en cuanto acabé mi investigación en París.
—Eres brillante, Liam, por supuesto que te quieren de vuelta.
Los dos vieron a la distancia a su madrastra y a su pequeño hermano acercarse a ellos. El niño era físicamente distinto a Liam, pero entre ellos parecían amarse con intensidad y ver la adoración en los ojos del niño al mirar a su hermano le llenaba el alma de ternura.
Su madrastra había decidido quedarse en Inglaterra para cuidar de los intereses de Liam. Si bien ya no tenía el título, su padre le heredo una cómoda vivienda en una lujosa zona residencial de la ciudad. La casa era pequeña, pero moderna y bien bien ubicada. Al igual que Liam, su padre fue un estudioso que había llegado a ser parte de grandes avances de la ciencia actual, su hijo heredó el amor por el conocimiento, pero no en la misma rama de estudio.
La señora Wrestling era encantadora, al principio tuvo miedo de ser rechazada o tratada con odio por haber declinado la unión, pero nada de eso pasó. La dama fue comprensiva con los sentimientos de ambas partes.
Florence tuvo oportunidad de hablar con ella en una íntima reunión que tuvieron a pocos días de regresar a Londres. Después de su compromiso, Benjamin prácticamente la arrastró de vuelta a la mañana siguiente a Aberdeen. Todos habían recibido la noticia de sus próximas nupcias con alegría y emoción, incluso Laura pareció mejorar un poco cuando le comunicó su compromiso, aunque por el momento seguían preocupados por ella.
Todos hicieron lo posible por volver el ambiente en casa agradable para la condesa, incluso su hermano que, aunque fingiera no tolerar a la habladora mujer, también se interesaba por su salud. La integraron en la planeación de la boda y a pesar de que no pudo acompañarlas a las citas, la hacía sentir parte de la celebración.
Un par de días después, Liam le informó que había agendado su partida y la de su familia en fecha próxima. Pensó en pedirle que se quedara a la boda, pero no quería volver las cosas incómodas; aunque la verdad era que él incluso parecía más libre a interactuar con ella ahora que no estaban comprometidos. Empezaron a compartir veladas familiares y se dio cuenta que en realidad era un hombre bastante divertido, incluso la señora Wrestling le agradeció en un momento de privacidad por haber aceptado la ruptura del compromiso.
Decía que Liam había dejado de parecer un esclavo del trabajo desde que el título ya no pesaba sobre sus hombros. Al parecer esa señora no estaba enterada del acuerdo de su matrimonio y sus circunstancias y su amigo le pidió mantenerlo en secreto.
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Salvar un corazón W2
Narrativa StoricaWHITEMORE 2 La señorita Florence Whitemore fue conocida por ser un diamante en bruto dentro la sociedad londinense. Debido a su personalidad alegre, vital y dotada de gracia, todos caían rendidos ante el encanto de su belleza e ingenuidad. Tanto era...