Cuando tenía veinte años, Joseph experimentó el temor de morir por primera vez desde que era un niño. Ya no se trataba de una manera de esperar un castigo, fue un sentimiento profundo y palpable. Saboreó en el aire la presencia de la muerte, escuchó su risa, vio la oscuridad. En aquel momento había estado a punto de morir sofocado bajo el peso de una edificación que derrumbaron sin las medidas de seguridad necesarias, estaba solo, alejado y sin su equipo de viaje. La sensación fue tan atronadora, que después de varias horas encerrado en la pesada negrura, no habló con nadie durante semanas.
No desarrolló miedo a la oscuridad, ni a la soledad ni a los espacios cerrados. El enclaustramiento, el haber estado a punto de morir, le abrió los ojos a la luz. Tuvo que ver el sol ocultarse para darse cuenta de lo que siempre debió hacer; vivir su vida al límite.
Ahora comprendía que la lección que él aprendió años atrás fue negativamente interpretada. Lo que sintió aquella vez, fue una tontería comparado al jodido y doloroso nudo que le condenaba el estómago. Estaba llorando, pero no sabía si era de ira o de culpa, probablemente era de los dos. Se había dirigido lo más rápido que pudo a Humbletown. Recorrió el camino casi corriendo, no paró incluso cuando las piernas le escocían y los pulmones le oprimían del cansancio.
Al llegar, nuevamente estaba sin habla, temblaba entero y cuando llegó a las escaleras de la entrada, se dejó caer de rodillas ante el cansancio. Sus manos lo sus tuvieron cuando su parte inferior no pudo, a bocanadas logró de alguna manera controlar la desesperación. Se llevó una mano al corazón y cerró los ojos, no recordaba la última vez que había hecho tato esfuerzo, probablemente había sobrepasado su propio límite. Se arrastró hasta la puerta y se quedó sentado ahí, viendo cómo a pesar de que ya era mediodía, el día estaba nublado y fresco.
No podía más, estaba completamente saturado de todo. Se sentía de cristal, uno que a lo mínimo que ocurriera a partir de ese punto, de fragmentaría en miles de pedazos. Los ojos se le llenaron de lágrimas, jamás le avergonzó llorar, era un maldito humano y de alguna manera necesitaba demostrarse que, a pesar de todo, podría superarlo. Sin importar lo que fuera.
Pero ahora tenía miedo. Le dolía incluso pensar. Su miseria ya no sólo era física, estaba cansando incluso de lidiar con las culpas, con el rechazo hacia sí mismo. Estaba cansado de pensar tan poco sobre lo que merecía o no. Cometió errores, no podía deshacerse de ellos, cada maldito día desde que sucedieron lo marcaron, eran cosas que incluso cuando intentabas ignorarlas, seguían ahí. Cerró los ojos y se limpió las lágrimas.
Más te vale darte prisa y no ponerte a llorar, niño... te quiero mucho, Joseph.
La voz de Debonnie con su tono mediado entre la burla y el cariño atravesó sus pensamientos. Miró sus piernas, ese simple gesto hizo que el cansancio volviera a aparecer.
Ya no quería ser esclavo de sus pecados. Ya no quería seguir sintiendo lástima por su persona, era suficiente. Toda su familia sabía la verdad, todos habían concordado en que lo ocurrido no era su culpa, ¿por qué tenía él que pensar diferente? No dejaría que Davina lograra hacer de él uno más de sus juguetes, estaba dispuesto a levantarse del suelo siendo el hombre que necesitaba ser. Se acabó tener paciencia, se acabó ser cauteloso. Debonnie lo necesitaba y no había tiempo para nada más que no fueran las acciones.
Lo que tenía que hacer ahora era empezar a recuperar aquello que le intentaban arrebatar. Empezaría por su familia y después por Florence.
Se levantó del suelo en una secuencia de movimientos que le costaron más de lo esperado. Rodeó la casa y casi rastras llegó a las caballerizas.
—Caballo...
Fue todo lo que logró decir, aún sentía que el aire le faltaba.
Los mozos no hicieron preguntas, al ver el gesto tan mortífero del señor Gallagher, entendieron inmediatamente que necesitaba un medio de transporte. Ensillaron y prepararon un caballo a una velocidad impresionante. Joseph montó el animal y sin perder un solo segundo, emprendió galope a Belgram.
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Salvar un corazón W2
Historical FictionWHITEMORE 2 La señorita Florence Whitemore fue conocida por ser un diamante en bruto dentro la sociedad londinense. Debido a su personalidad alegre, vital y dotada de gracia, todos caían rendidos ante el encanto de su belleza e ingenuidad. Tanto era...