Capítulo Ocho.

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Fue un suceso extraño el poder reconocer después de tantos años los caminos para entrar a Humbletown. La propiedad en sí era inmensa y muy alejada de cualquier rastro de civilización, estaba internada en lo profundo del bosque y se rodeaba de países tan mágicos que definitivamente hacían el largo trayecto valer la pena.

Robert miró a sí esposa, que seguía plácidamente dormida sobre su hombro y con la ternura que siempre le prodigaba, la meció suavemente para despertarla.

—Laura, estamos por llegar—susurró amoroso.

—Tengo mucho sueño.

Robert sonrió.

—Podrás dormir una siesta después de instalarnos en una habitación, vamos, despierta—suspirando, Laura abrió los ojos.

—Fuiste la que más durmió de todos. Tú nunca duermes en los viajes—señaló Ana sin despegar la vista de su libro.

Florence y Laura compartieron una mirada consternada.

—Eso es cierto—secundó su esposo—. ¿Te encuentras bien?

—Claro que sí, no te preocupes—una sonrisa triste apareció en ella—. Quizá sólo estoy más triste de lo normal por que extraño a mi bebé.

—Es normal, recuerdo cuán agotada se ponía madre cuando se separaba de una pequeña Prudence—ayudó para discernir el tema.

La expresión de Robert se relajó inmediatamente y asintió comprendiendo. La castaña la miró y sonrió agradecida.

—Jason estará bien, mis padres cuidarán de él perfectamente.

Cómo era imposible irse de ahí para darles privacidad y también por qué se sentía un poquito culpable de que él conde no supiera la naturaleza de su esposa, volvió la vista por la ventanilla retirando la cortina oscura para ver el exterior. Era el máximo gesto de cortesía que podía hacer por la pareja dentro del carruaje en pro de su conversación. Si Laura estaba un momento cansada y muy activa al siguiente, no tenía nada que ver con que se sintiera triste de dejar a su hijo. Aunque también podía ser eso.

Ana súbitamente cerró su libro y sonrió la comprobar que faltaban minutos para llegar a la residencia de los duques de Rutland. Todos los hermanos Whitemore tenían muy buenos recuerdos de Humbletown pues era uno de los pocos lugares en donde su padre ponía su máscara de hombre de familia ejemplar y los dejaba actuar con cierta libertad. Inclusive podría hacer a su hermano bajar la guardia un poco, si eso pasaba y él recuperaba un poco de  humanidad, intentaría hablar con él. Ya no sobre cancelar el matrimonio o hacerlo desistir de su absurda venganza. Lo único que Florence deseaba ya era saber que las cosas entre su hermano y ella estaban bien.

Con esa actitud reflexiva, su humor mejoró súbitamente y su implicación de haber viajado en carruaje pasó a segundo lugar considerando que éstas vacaciones podrían resultar realmente buenas para ella.

Por un largo rato, solo miró el paisaje del bosque vibrando completamente extenso en sus tonalidades. Inmediatamente una oleada de recuerdos de risas llegaron a su mente, recuerdos de niños bajo las inmensas sombras de los árboles, corriendo y jugando, siendo niños.

Esos días cuando la vida era simple, cuando su única complicación era huir de padre. No sabía por qué desde la muerte de Harold Whitemore habían dejado de asistir, pero aunque el viaje se volviera tedioso, le alegraba estar de vuelta. Humbletown siempre había sido un lugar mágico para ella.

—Florence... —la llamó Laura, pero ella seguía perdida en el pasado.

—¿Mm?—respondió sin mucha atención.

Salvar un corazón W2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora