Capítulo Cuarenta Y Dos

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Ese día se había despertado con bastantes ganas de mandar al diablo sus nuevas responsabilidades; observó con algo de molestia las delgadas capas de las cortinas que dejaban entrar el sol.

Llevaba despierto ya un buen rato, tiempo que le sirvió para agradecer el hecho de poder estar así, disfrutando de la compañía de Florence. La pequeña figura de la aludida se removió a su lado y contempló como abría sus bonitos ojos con algo de rechazo hacia la luz.

Joseph acarició su mejilla y con su pulgar delineó su labio inferior. Aun estaba inflamado y rosado de sus besos. Recordó con deleite su pequeño interludio matutino y sonrió ante la imagen de deliciosa pereza de su esposa. La joven volvió a cerrar los ojos y se inclinó sobre su mano para disfrutar de sus caricias.

—¿Qué hora es? —preguntó ella sin moverse de donde tan cómoda se encontraba.

Él volvió a mirar los poderosos rayos de sol con animosidad.

—No tengo idea, pero debe ser pasado del mediodía.

Florence gruñó con impaciencia. Joseph cerró los ojos sabiendo que en menos de un minuto comenzaría a levantarse de la cama y caminar por la habitación ladrando toda clase de tonterías. Ella le había recalcado en más de una ocasión que no le gustaba dormir tanto, adoraba aprovechar el día completo desde las mañanas.

Después de que le explicara que estaban en sus primeras semanas de casados y podían levantarse a la hora que les diera gana, ella protestó y él entendió que era mejor no llevarle la contraria. Florence era dulce como la miel, pero a veces podía llegar a destacar ciertas actitudes autoritarias que lo irritaban y lo fascinaban por igual.

Tal y como predijo, Florence salió del calor de la cama y Joseph enterró el rostro entre las almohadas, aun podía respirar su aroma en ellas. Ella arrastró una de las cobijas para cubrir su desnudez y buscó su bata por la habitación para poder llamar a su doncella en la habitación contigua. Empezó a reír cuando la voz molesta de su adorable esposa empezó a farfullar irritada al no encontrar su ropa.

—No te burles, no sé dónde están mi ropa.

—Desperdigada por el pasillo —Joseph sacó el rostro de entre las almohadas y la miró con picardía—. Aunque es muy probable que un sirviente haya limpiado tu desorden.

Las mejillas de la señora Gallagher se tornaron de un profundo tono rojizo, sintió un placer infantil al ver como ella lo miraba avergonzada y molesta.

—¿Mi desorden?, has sido tú quien me ha desnudado en el pasillo —murmuró indignada.

Joseph se encogió de hombros y se dedicó a mirar como la luz del sol lograba hacer de la piel de sus hombros radiar un brillo atrayente que lo invitaba a tocarla. Así que, aprovechando su distracción, se levantó de un salto y la atrajo de nuevo a la cama en un movimiento perfectamente calculado.

—Joseph... prometimos ir a visitar a Laura hoy —protestó sin mucho esfuerzo.

—Tenemos toda la tarde para eso.

—Si, pero ¡oh! —Florence tembló cuando mordisqueó delicadamente su barbilla—. No hemos comido nada.

—Yo estoy comiendo, es lo más delicioso que he probado en mi vida —bromeó.

—Eres como un niño...

—Permíteme demostrarte lo contrario.

Comenzó a dejar un rastro de besos húmedos a lo largo de su cuello bajando muy deliberadamente hasta la delicada y sensible zona de su garganta. Sus manos de deslizaron hasta la orilla de la sabana y alejaron el trozo de tela con impaciencia, Florence ni intentó poner resistencia ante su acción. Sus gemidos le confirmaban que también había perdido el interés en salir de la habitación.

Salvar un corazón W2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora