Capítulo Tres.

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Joseph no podía creer que estuviera pisando el suelo de la inmunda Inglaterra después de haberse pasado años viajando por todo el mundo. Conoció y experimentó cosas que para muchos de su edad estaban fuera de alcance, esa experiencia obtenida era todo lo que conllevaba a la persona que era hoy en día. Parpadeó viendo con desengaño la extensión de las sucias costas del puerto, las personas caminaban a sus alrededores buscando sus equipajes, él sólo portaba un baúl tan compacto que ni siquiera la mitad de sus pertenecías cabían ahí. Tenía la esperanza de regresar a su hogar, su verdadero hogar de vuelta en La Española, ahí estaba todo lo que realmente le interesaba.

Subieron el arcón a un carruaje pequeño que pagó a uno de los pobre diablos que esperaban ansiosos tener algún viaje.

Nadie de su familia sabía que ya había puesto los pies en tierras londinenses, presumía que lo esperaban hasta dentro de dos semanas más, pero pensó que quizá venir antes para hacerse una idea de que tanto había cambiado la cuidad en sus años de ausencia sería interesante. Al parecer era más grande, la gente no dejaba de expandir sus barreras, en la hacienda que había construido en Valle Cibao tenía prácticamente toda la vegetación que estuvo ahí antes de su llegada. Únicamente retiró lo necesario para hacerlo un espacio habitable, y aunque casi nunca estaba ahí debido a que sus viajes me extendían por meses, cada que llegaba de sentía parte de algo. Como si el solo estar en su hogar le hiciera sentir parte de un destino mucho mayor al que su padre quería para él.

Si tan solo pudiera comprenderlo.

Miró por fuera como los pequeños y oscuros ladrillos de los edificios de la zona se cernían sobre el compacto cubículo del carruaje. Ni una hora aún y ya quería largarse de ahí lo antes posible.

-¿Hace cuánto tiempo qué la calle comercial creció así?-cuestionó al conductor por la ventanilla de acceso.

Diablos, la maldita cruzada parecía un verdadero circo. Los aromas de la comida, empezaron a invadirle los sentidos despertando la ansiedad primitiva de alimentarse.

-Hace cerca de tres años ésta parte de la ciudad se llenó de migrantes que huían de la guerra, se ganan la vida como pueden-le contestó el hombre.

-¿Cuánto tiempo es de aquí hasta Berkeley Square ?

-A buen paso, un cuarto de hora, señor-asintió confiado el conductor.

De alguna manera, se sentía complacido de pasar desapercibido. No vestía de manera ostentosa ni portaba joyas encima. Si había algo que los viajes le habían enseñado era a desconfiar de su propia sombra, le agradó saber que hasta cierto punto no lucía como un niño aristócrata como cabría esperar.

-¿Viene usted seguido?

-¿A la calle comercial? Claro que no, tengo que mantenerme ocupado trabajando o mi familia no come-Joseph lo miró con asombro.

-¿Descansa algún día?

-Descansaré cuándo muera, mi buen señor-bromeó

Vaya comentario tan oscuro. Y Joseph creía que él era un pesimista.

Giró una última vez la vista al mercado y su vista quedó atrapada por la variopinta cantidad de colores y sonidos. Le recordaba mucho a las ciudades centrales de China. Sacó del maletín que traía colgado un cuaderno de tapa de cuero azul en donde hacía todos sus apuntes, empezó a tomar notas del primer lugar interesante que quería explorar.

-¿Qué otros lugares han cambiado aquí en Londres?

-Pues no se que decirle, yo solo conozco los lugares de la peor parte de la ciudad señor. No creo que le interese.

Salvar un corazón W2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora