Capítulo Diez.

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La sensación de ver su casa nuevamente no fue tan abrupta o dolorosa como temió durante todos éstos últimos años que se mantuvo lejos. Quizá no fue la añoranza que uno debía de poseer al volver a sus raíces, pero tampoco hubo un amargo disgusto instalado en su estómago. Todo parecía relativamente igual que como recordaba, sólo que había un poco más de flores a la entrada, lo que hacía que el lugar pareciera más alegre de lo habitual.

Frente a él, Debonnie cerraba su cuaderno de dibujo y guardaba sus carboncillos en lo que se preparaban para bajar. Ella tenía una inexplicable calma que sólo lograba ponerle los nervios de punta. Ágil con sus manos, en menos de diez segundos tenía todo su portafolio listo y metódicamente organizado. No puso atención o cuidado a lo que dibujó, tampoco fuese que le importara demasiado, tenía la mente demasiado ocupada como para distraerse con nimiedades.

Su mano resbaló de su rodilla y cayó en cuenta que las palmas le sudaban. Demonios, trató de mentalizarse todo el camino acerca de cómo afrontar a todos los que definitivamente lo jugarían. Él no era un santo, ni mucho menos una víctima, parte de todo éste lío de resentimiento y odio era su parte también, pero aún así le era más fácil lidiar con ella poniendo distancia de por me medio, océanos de preferencia.

Si. Era un maldito cobarde que prefería huir a aceptar sus culpas, pero era lo único que le funcionaba.

No sería un buen Duque, odiaba las reglas, se negaba a contraer matrimonio y por sobre todas las cosas, jamás dejaría de viajar sólo para quedarse sentado frente a una mesa con pilas y pilas de trabajo interminable. Siempre fue feliz sabiendo que era el segundo hijo, aquél del que se espera que de honor a su apellido pero no el suficiente como para darle demasiada atención.

Y uno dentro de sus imposibilidades creería que Debonnie podría ser una buena duquesa, retratando de un sentido aparte la cuestión de su sexo. La miró, limpió sus manos de los restos oscuros del carboncillo con precisión, sin delicadeza, únicamente con el afán de cumplir su objetivo.
Si, ella podría ser una buena opción para el título, pero para que eso fuera posible él tendría que morir.

Maldita sea.

—Deja de comerte la cabeza. Ya estamos aquí y no hay marcha atrás—dijo guardando el pañuelo.

—Tan solo intentó darme valor.

—Veremos a nuestros padres, no combatirás en las cruzadas—bromeó.

Se sentía casi igual.

Instantes después, un lacayo abrió la puerta para ellos, ayudando a bajar primero a su hermana y después el hizo lo mismo.

En cuanto sus pies tocaron la gravita del suelo, se congeló de terror. El recuerdo le atronó la cabeza como un potente rayo y unos ojos verdes, casi idénticos a los suyos, aparecieron ante él mirando a la nada absoluta.
Jadeó dando un paso atrás completamente aturdido por lo poderoso de la visión. Dios, después de años de no verlo ahora aparecía tan pronto como ponía un pie en esa endemoniada casa.

Bonnie pareció darse cuenta de su estado y se abalanzó sobre él con el rostro teñido de preocupación.

—Por todos los cielos estás tan pálido como un fantasma ¿Qué ocurre?

—No quiero estar aquí... Tengo que irme—dijo con esfuerzo.

De pronto no sólo fueron los ojos, todo su rostro, con las marcas del lodo y la sangre atravesando la piel que en algún momento había tenido color se unieron. La boca en un rictus de grito incompleto. Era el horror, tardó años en olvidarse de esa imagen y ahora volvía como un acto de acumulación de todos los años en los que se negó a rememorar.

Salvar un corazón W2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora