Capítulo Diecinueve

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Era extremadamente difícil no hacer gesto alguno al sentir al médico escarmenando en el punto preciso de la herida en su cabeza, sobre todo cuándo los efectos del láudano habían disminuido tanto, por lo que sentía casi a pulso como limpiaba el espacio adyacente a la abertura. Por fin hoy iban a retirarle las puntadas, pero el proceso era un poco más doloroso de lo que recordaba de las veces anteriores.

Cómo si el tiempo que había trascurrido drogado y adolorido no fuera suficiente. Tenía que soportar los entrometidos comentarios del hombrecillo sobre cómo tenía más cicatrices en el cráneo que soldado de batalla.

Su padre, quién estaba presente, endureció el gesto al escuchar que aquella no había sido su primera herida de gravedad. Cuando el doctor bajó las vendas, miró las diminutas gotas de sangre absorbidas por el material y suspiró. La visión de aquella inherente sustancia resucitó el momento en el que los cuatro hombres lo habían hecho bajar del caballo. Joseph había estado frente al cañón de un arma muchas veces atrás, el concepto de ser disparado no era algo a lo que le tuviera miedo, pero no quería dejar que su madre pasara por lo mismo de nuevo.
Escuchar un sonido en la lejanía, un disparo, para consecuente a ello descubrir el cadáver de su hijo.

Hizo le que le pidieron, incluso les entregó ese anillo de ópalo negro, aunque hacerlo fue como hacer sido atravesado realmente por una de sus balas. Entonces quisieron tomar el reloj de Laura, le había prometido cuidarlo y defender esa promesa le costó un fuerte culatazo en la cabeza. Ojalá se hubiera desmayado, pero parecía ser cierto lo que Debonnie decía, tenía la cabeza dura como la piedra.

Levantó la vista para ver a su padre delante de su cama, viendo con concentración la manera en la que trabajaba el doctor. Parecía un perro guardián apostado a los pies de su objeto de resguardo. Era la primera vez que lo veía dentro de su habitación, ni siquiera en su infancia se había atrevido a entrar. No supo cómo sentirse con él ahí, invadiendo todo lo que hacía suyo el lugar.

Wert Gallagher tenía más complexión de guerrero que de noble. Con los hombros cuadrados y anchos, gesto adusto y mirada penetrante. Como si todo el tiempo estuviera preparado para atacar. No entendía como su madre, se había enamorado de un hombre como él, no lo veía siendo capaz de demostrar sus sentimientos ni a punta de cañón como él estuvo... Al menos con sus hijos.

—Todo está listo, la cicatrización fue rápida al parecer, goza de una salud envidiable sin duda muchacho—anunció el doctor, bajando su indumentaria—. Pero sigo insistiendo en que debe cuidar más esa cabeza.

Gruñó por su intromisión y se acarició la herida, la cual le latía con fuerza. Joseph dudaba aquello sobre estar saludable. Casi siempre estaba ebrio o malpasando sus horas de alimentos. Si su cabeza se había curado rápido era por obra de un milagro.

—¿Cuánto tardará en recuperarse del todo? —preguntó su padre sin quitarle la mirada de encima.

—Eso depende de los cuidados que el Señor Gallagher tenga para con su persona.

El hombrecillo lavó sus manos y limpió el escalpelo que uso para cortar la costra.

—Me duele la cabeza —Se sentía mareado también.

—Le recomiendo dejar el láudano para la noche, tenemos devolver su cuerpo a su independencia original. Por el momento beba valeriana para ayudarlo a relajarse, necesita dormir bien, es esencial para su recuperación —Cerró su maletín decisivamente—. Evite situaciones de estrés, por favor. No trabajo, no fiestas, no discusiones, no alcohol y por supuesto las emociones fuertes, pueden alterar su ritmo cardíaco y empeorar sus dolores de cabeza.

Emociones fuertes. Un poco tarde para ello. Con su padre ahí parado ya estaba comenzando a estresarse.
Aunque si lo pensaba detenidamente, un punto a favor de estar sintiendo que le perforaban el cráneo era que no tendría que soportar las eternas lecciones legales y administrativas de su padre. Aunque estar confinado en es habitación no le agradaba mucho.

Salvar un corazón W2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora