Kim Sihyeon se niega a aceptar lo que siente por su inexperta mejor amiga Park Jiwon, hasta el día en que aparece el capitán del equipo de básquetbol.
Ambas se encontrarán en una redada de sentimientos que les hará darse cuenta que son más cercanas...
Sihyeon se levantó inmediatamente y fue en busca de Jiwon. Apartó las ramas para poder atravesar el arbusto, rompiendo y rasgando su pijama.
Encontró a Jiwon riendo a carcajadas sobre la grama.
— ¿Eres psicópata o algo así?
— No sé, dime la definición de psicópata.
Sihyeon se recostó al lado de su amiga.
— Eres muy difícil de cuidar ¿lo sabias?
— Sí. — rio la mayor.
— ¿Ahora quién va a lavar estas pijamas?
— Tú, obviamente.
Ambas rieron mientras veían hacia el cielo. Muchas veces imaginaban el futuro, un futuro donde ambas fueran exitosas y felices. Querían que cada una cumpliera todas las metas que se propongan y estar la una para la otra siempre.
Jiwon veía como Sihyeon admiraba el cielo repleto de estrellas, analizaba cada movimiento de sus pupilas, parecía que contaba las estrellas con la mirada. Su sonrisa la hacia sentirse feliz y agradecida de poder compartir ese momento con ella. A pesar del frío, la incomodidad del suelo y la suciedad de su traje ella estaba ahí, con ella, solo porque sí.
— ¡Una estrella fugaz! — gritó la menor mientras señalaba al cielo.
Jiwon admiró el espectáculo y disfrutó cada segundo de él. Cerró los ojos para pedir un rápido deseo.
— Deseo que Sihyeon y yo siempre estemos juntas.
Volvió la mirada hacia su amiga y se dio cuenta que seguía con los ojos cerrados, presionando mucho los párpados. Se preguntaba que deseaba con tanta pasión.
Cuando Sihyeon los abrió volteó a ver a la rubia. Sus miradas se encontraron. El brillo de la luna posaba sobre ellas, las luciérnagas destellaban sobre sus rostros, el perfume de las rosas acariciaba su piel.
Sin darse cuenta, Sihyeon estaba acortando la distancia entre sus rostros.
Pero Jiwon hizo que regresara a la realidad, sentándose como si nada, y separandolas.
— Tenemos que irnos, es tarde. — se levantó y camino hacia el otro lado del arbusto.
— Sí, sí. — la menor suspiró en señal de decepción. Se tapó la cara con las manos, avergonzada. — Qué estúpida soy.
Se pusó de pie y siguió a su mayor hacia la bicicleta, para poder llegar a su casa antes de que amaneciera.
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