El sueño había terminado, y los recuerdos del mismo se comenzaban a desvanecer. Con prisa, Valeria se levantó de su cama, corrió hacia la cartelera pegada en la pared y comenzó a garabatear con un marcador en negro lo que en ese momento retenía. Cuando terminó, leyó cada palabra para intentar comprender su significado.
- Tiaga... Elisas... tartar, o tarta... ¿Aratusker? - dijo Valeria tras escribir el último garabateo.
Valeria procuraba que apenas sí la notaran desde afuera, y hasta donde sabía, por lo que le pareció escuchar de boca de Yuli, estaba segura que todos pensaban que estaba seriamente deprimida. Esperaba que Doña Ceci hiciera una entrada enérgica a su cuarto y le levantara los ánimos, como sólo ella podía hacer, pero el único gesto hacia ella por parte de la mujer era dejarle la comida en una charola en la puerta. A veces, los demás le dejaban otras cosas, como los infaltables bocadillos de la mamá de Esneider, que Valeria comía a pesar de sentir inapetencia, y los dos parches que le había hecho Shizuka para ella, quien tampoco se había atrevido a interrumpirla para insistir en que terminara su labor.
Habían transcurrido tres días desde su encierro, y cuando todos dormían, Valeria aprovechaba para salir de la habitación y dirigirse al baño. Y tras ocuparse de asearse y de otros asuntos, se percató que podía presentir los movimientos de todos, salvo los de Manabo, a quien ni sentía abrir la puerta de su habitación, y lo cual le daba a pensar que, muy posiblemente, ni siquiera dormía en su habitación. Esa repentina preocupación le hizo considerar lo poco que había congeniado con el único chico que vivía en la casa, y pensó que era momento de estrechar lazos también con él.
Eran las 3 de la mañana, y Manabo, con abrigo, una bufanda de lana, un gorro y unos guantes negros, entraba al Invernadero, listo para continuar con sus labores a pesar del frío en la madrugada en Ciudad Bolívar, que sí que llegaba a calar los huesos desde que los bloques de hielo que quedaran en la localidad luego del 29 de febrero bajaron de forma alarmante la temperatura. Una vez cerró la puerta tras él, encendió la luz del único bombillo en el techo del invernadero y se dispuso a observar el estado de los arbustos de guayaba con injertos de manzana dorada. En su mirada reflejaba la felicidad que le causaba ver cada vez más frutas de cáscara reluciente pero achatada, y tal era su concentración, que un golpe repentino en el cristal del invernadero le hizo darse un respingo.
- ¡Ah! ¿Se-Señora Cecilia?
Y los golpes siguieron. Y cuando quiso al fin atreverse a girar hacia la puerta, encontró a una figura que se cubría con una cobija. Sin tener nada más cerca, Manabo tomó una maceta de hojas rojizas con ambas manos y la levantó sobre su cabeza.
- Podría apelar a la lógica e ignorar que porque sean más de las 3 de la mañana sea la hora embrujada, y tú eres un espectro, pero desde hace un mes la lógica salió por la ventana en esta ciudad. Nam...Namu amida...- Dijo Manabo temblando.
- ¡Abre ya, que tengo frío, Manabo! - gritó la persona fuera del invernadero a la vez que golpeaba la puerta con un puño.
Reconociendo su voz, Manabo dejó la maceta en el suelo y se apresuró a abrir. La figura envuelta en una cobija entró enseguida y cerró la puerta tras de sí y se descubrió la cabeza, y de nuevo Manabo se sorprendió.
- ¡Se-Señorita Valeria! Está usted sana...
- Ah, sí, esa agua rara que me dan no pierde su efecto todavía- le dijo Valeria al tiempo que sacaba tímidamente una de sus manos de la cobija para pasarse la mano por la cara.
Y en efecto, su rostro, antes amoratado por los golpes que recibiera de Estiven, ahora lucía perfecto y sin ninguna señal de haber sido blanco de puñetazos.
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La Hija de Atlas: #1- Morder el Polvo
Fantasy"Flotabas, y estoy segura que tú fuiste la que convirtió en polvo el concreto de las paredes. ¿Qué cosa eres?". La oleada de terror que trajo La Noche del Ruido en Bogotá duró lo suficiente como para neutralizar a casi todos los niños en la ciuda...