Capítulo 8 El Cuento de Amelia

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Pasaron tres días desde la Noche del Ruido, y las cosas comenzaban a asentarse en toda Bogotá. Aunque el desastre que la afectó en distintos puntos de manera simultánea la dejó irreconocible, empezaba a recobrarse cierta normalidad en la ciudad. Cada localidad se ocupaba de las anomalías que surgían en su territorio hasta dónde le era posible, especialmente las que padecieron la manifestación de los monstruos, que lidiaban con las consecuencias del paso de aquellas criaturas de pesadilla de las que no se dejaba de hablar.

Gente de todos los estratos y culturas no podían evadir ser señalados por el resto del país como parte de la región que más vergüenza y miedo causaba al resto de la nación, y es muy probable que también al mundo. Toda vía que proveyera una vía de escape fue casi inmediatamente cerrada por decreto para evitar que lo que afectó a gran parte de la población infantil se esparciera por el resto del país, y se encaminara hacia la frontera, y de allí al resto del continente, y luego al mundo. Eso incluía no sólo a las carreteras, también a los aeropuertos, que fueron clausurados de inmediato cuando se dio la alerta del brote simultáneo de la Plaga del Sueño.

La presencia de la fuerza militar se mantuvo tanto en las fronteras como en varios puntos de la ciudad, ya que no sólo se requería evitar fugas de ciudadanos desesperados, sino también mantener el orden público, del que la Policía a duras penas se ocupaba, no porque las manifestaciones fueran masivas, sino también por los reportes de las criaturas y seres extraños que ni una fuerza entrenada podía llegar a manejar.

Había desorden y desesperación ante el conocimiento del aumento de cifras de niños abandonados por familias que eran presa del pánico y la paranoia, temiéndose que la enfermedad maligna que puso a dormir en casi toda su totalidad a la población infantil pasar al resto de la población. Aunque se le insistiera a la gente que había que esperar a las pruebas de rigor para saber el origen y comportamiento del supuesto agente patógeno, no era la única preocupación que requería asistencia inmediata.

Había reportes del Centro Internacional convertido en Tierra de Nadie, de especies desconocidas de insectos merodeando por Suba, tormentas eléctricas inusuales padecidas por los que vivían por los lados de Usaquén... El panorama era desalentador, y al parecer, Bogotá había sido abandonada a su suerte. Y ése era un pensamiento compartido por toda la población, hasta que el Ministerio de Salud emitió un comunicado urgente. En Ciudad Bolívar, en la casa de Doña Ceci, el aviso se aguardaba con impaciencia por Manabo, que en cuanto se enteró por redes, bajó a toda carrera por las escaleras hasta la sala para contarles a todos. Pero, sin darse cuenta, terminó irrumpiendo justo cuando ocurría la inusual escena de Valeria corriendo por todo el primer piso en ropa interior.

- ¡No me quiero poner eso! – gritaba.

- Sólo póntelo para ver cómo te queda. Por tu figura, y tu cara- restando las cicatrices, claro-, es obvio te luce- insistía Shizuka, que iba tras la chica. En sus manos tenía un vestido con pliegues, compuesto por una camisa de mangas anchas y una hermosa falda negra de tirantas.

- Pero no quiero ser una "Chunuri"- protestó Valeria.

- No te lo dejes sino quieres, pero me extrañaría que así fuera. ¡Y esto no es Shiro Nuri! ¡Shiro Nuri era el otro vestido que arrugaste y ni te pusiste! - aclaró Shizuka, armándose de paciencia.

Valeria ya iba rumbo a la cocina, pero chocó con Doña Ceci, que veía divertida la escena, sin que ninguna de las dos chicas se percatara de ella.

- ¿No tiene frío, niña? - La interrogó.

- Ah... alguito- admitió Valeria. Levantó su pie derecho y se sobó la planta del pie, luego de percatarse de que el piso embaldosado del primer piso estaba helado.

La Hija de Atlas: #1- Morder el PolvoWhere stories live. Discover now