Capítulo 13 En La Escuela del Dolor

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Valeria mentiría si dijera que fue una noche apacible la que tuvo. En realidad, no tuvo tantas horas de sueño como hubiera querido por reparar los daños que provocó en la sala de Doña Ceci cuando manifestó sus poderes ante ella. Con pincel en mano y colbón en la mesa, Valeria se ocupa de poner de una sola pieza cada afiche, foto y trofeo que rompió como si se estuviera ocupando de armar rompecabezas, con las partes de cada pieza de la colección de recuerdos de la escena luchística en un montón, y los que ya había armado en otra, como le recomendó Yuli antes de irse a dormir, muerta de la risa. Si bien habría querido dormir, haber visto a los perros que llegaron al barrio y que los luchadores ayudaron a atrapar a los vecinos no le dejaba un solo momento de paz. Sufrían mutaciones debido al aura roja que absorbieron sus cuerpos, con lo que sentía responsable de su sufrimiento.

Tras horas de ardua labor. Valeria decidió ir a tomarse un descanso, y subió a su habitación, sorteando los cuartos de Manabo y Shizuka, contiguos al suyo- donde parecía que la actividad tampoco paraba-. Una vez en su cuarto, se dejó llevar por el agotamiento y se derrumbó sobre la cama, cayendo bocabajo sobre la colcha, sumiéndose en un profundo sueño casi de inmediato, sin importarle deshacerse siquiera de sus pesadas botas. Sin embargo, el sueño se le interrumpió cuando abrieron la puerta bruscamente. Era Doña Ceci, que permanecía impasible en la entrada.

- ¡Buenos días! –gritó Doña Ceci.

Valeria no comprendía nada, ni tampoco quería hacerlo. Tal era el nivel de cansancio que tenía que apenas sí distinguió la voz de la mujer, pero alcanzó a percibir el aroma dulzón de un vaso de jugo recién hecho que le acercó a la cara.

- ¿Y esto? –alcanzó a balbucear Valeria.

- Juguito de naranja con cola granulada ¡Hágale y tómeselo! Que salimos es ya- insistió Doña Ceci.

Valeria estaba en desacuerdo con la propuesta de Doña Ceci, a la que miraba con su único ojo abierto, el izquierdo, desconcertada. Si no le dijo nada a la mujer, es porque, o estaba muy cansada, o el enojo no le impedía articular palabra. Tal vez un poco de ambas. Cecilia, impaciente, la miraba con el brazo extendido, ofreciéndole el jugo.

- No me diga que me salió floja, pelada.

- Quiero... dormir... ¿Es mucho pedir? - se lamentó Valeria.

- Sí. Que quedamos en que comenzábamos hoy a practicar.

- Mmm, más tarde. Estoy que no puedo...

- Sí, Sumercé, yo, y Yuli. Hágale a ver.

Motivada por la mención de la joven aspirante a luchadora, Valeria, cansada y con frío, se sentó en la cama y tomó el vaso con jugo de manos de Doña Ceci. Bebió de él, y carraspeó ante la acidez de la naranja y lo dulces de las partículas de cola granulada, que le daban al jugo una coloración rojiza. Se sintió más despabilada, y de mala gana, Valeria salió de su habitación junto a Doña Ceci. Alcanzó a observar por la puerta entreabierta a Manabo, de espaldas a la puerta y sumido en las tinieblas de su habitación, contrarrestadas sólo por el halo que le proporcionaba la luz del monitor de su portátil, como una aureola fantasmal. Su dedicación a teclear era profunda.

- Manabo debería de salir también. Está como mal que se quede todo el día y toda la noche usando su computador- sugirió Valeria con envidia.

- El chino está juicioso en sus vainas, al igual que la otra pelada. Ambos están algo así como embobados por sumercé- le aseguró Doña Ceci.

- Pero deberían acompañarnos...

- Por ahora no, y menos que no duermen nada haciendo lo que les gusta.

La Hija de Atlas: #1- Morder el PolvoWhere stories live. Discover now