Capítulo 4 La Chica con Ojos Azules

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Quemaduras que hace un rato apenas sentía ahora le ardían, la volvían loca. El frío le calaba los huesos, pero le refrescaba las heridas. Se pasaba las manos por la cara, brazos, torso y piernas para apaciguar el escozor que sentía en su carne ampollada. Todavía no superaba la intensidad del impacto tras la caída, pues estaba aturdida.

Recordaba cada instante anterior a la caída y el impacto...

Ella y la Rueda de Fuego se elevaron. Y mientras fueron arrastradas por el aire, la Piloto se percató de que no eran los únicos seres que eran atraídos rumbo hacia el interior del abismo negro. Se separaron. Hubo un nuevo round entre las dos. Sería su desquite. Ella sintió como la ira y calor que del aura roja que emanaba era drenada. Y en medio del impacto, una explosión, de algo que se interpuso entre ella y su adversaria. ¿Había sido salvada? Se preguntó, pero igual las llamas rojas que liberó la detonación la alcanzaron, consumieron parte de su ropa y le lastimaron la piel, a la vez que la potencia de la explosión la alejaba de la atracción del abismo. Estaba a la deriva y recorriendo una larga distancia por el cielo hasta que, finalmente, y con brusquedad descendió. Mientras lo hacía ella sentía como cambiaba gradualmente. La abandonaban las fuerzas y sentía cada vez más fuerte el dolor de las quemaduras. Y luego el impacto. Sintió de lleno toda la ira de la gravedad en ella. Era como sentirse enferma, débil. No podía describirlo bien. Ahora era sólo una mortal más.

Su ropa desapareció, y ahora vestía una pijama maltratada, compuesta por una blusa estampada con una caricatura cursi de un cerdito. Esta le cubría parte de su tronco y sólo uno de sus brazos hasta la mitad. El conjunto lo completaba un pantalón de tela delgada con un patrón de múltiples caritas miniatura del cerdito, que la alcanzaba a cubrir hasta un poco más abajo de sus rodillas. Tan estirada estaba la tela de la ropa, que le lastimaba el pecho y le cortaba la circulación de las piernas. Descalza como estaba, sentía bajo la planta de sus pies el frío y húmedo asfalto que le entumecía los dedos. Pronto el frío invadió todo su cuerpo, temblaba. Y de repente ya no pudo caminar más. Se dejó vencer por la fatiga, el frío y el dolor, y se acurrucó en el suelo. Calentaba sus nudillos con el vaho de su aliento, juntaba sus brazos hacia su tronco y ponía una pierna sobre la otra para retener calor.

De repente, sintió presencias que en poco la rodearon. Y luego oyó sus voces.

- ¿Mijitica? – le oyó decir a una voz femenina y curtida por el paso del tiempo.

- Mami, una cobijita. Pero muévale- expresó otro con un vozarrón.

- Sí, sí, papi – dijo una vocecita fresca y tímida, también de mujer.

Manos robustas la levantaron y recostaron en brazos musculosos mientras le tendían encima una cobija olorosa, pero tibia. La joven no dejaba de tiritar ante la vista de sus salvadores, una familia de recicladores que la miraban sorprendidos y embelesados. Una mujer mayor de mirada dulce y que vestía una sudadera le acomodaba un chal que se acababa de quitar, mientras el hombre, con barba de algunos días y con saco y pantalón holgado se quitaba la gorra por la sorpresa que le causaba mientras la sostenía. Una niña en jeans y saco la contempló con agrado, antes de acudir al llamado de su hermano, que no dejaba de llamarla mientras estaba parado junto a un cráter humeante en el concreto.

- ¿Qué pasó, Miller? - lo interrogó su hermana.

- ¿Qué no ve? ¡Acá como que cayó un meteorito!

La chica tomó a Miller del brazo y lo llevó hacia donde estaba la joven. Aún con la poca luz del alumbrado callejero, todos vieron como la luz bailaba en las pupilas azules de la desconocida, con sus ojos enmarcados entre pestañas largas y encrespadas. Estaban tan cautivados con la mirada de la joven, que al final ninguno reparó en el cráter con forma de silueta humana que estaba a un par de metros de donde la encontraron.

La Hija de Atlas: #1- Morder el PolvoWhere stories live. Discover now