Prólogo

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- Doña Ceci...

- Primero átela bien, Yuli. No la quiero suelta para que siga haciendo daños. Más daños.

- Pero su espalda...

- Dije que la ate.

Yuli obedeció a aquella mujer, corpulenta y de mirada fija, que a pesar de parecer en ese momento frágil por los dolores de espalda que la agobiaban, generaba una autoridad difícil de discutir o ignorar, y sin tener que recurrir a subir la voz. Había una tercera mujer, que yacía inconsciente en un sillón de la desordenada sala, a la que estaban inmovilizando de pies y manos con cadenas y candados de bicicleta.

- ¿Cómo puede dar murmullos como una bebé después de esa senton? - preguntó la mujer mirando a Yuli.

Los demás muebles permanecían volcados y esparcidos por el lugar, y una hélice que estaba clavada en el techo cayó y se estrelló en el suelo. Desde la hendidura que dejó, un ojo se asomó para ver lo que pasaba.

- ¿Señora Cecilia...? - respondió alguien desde arriba.

- Ah, Manabo. ¿Está todo bien allá arriba?

- Yo... yo leía. Luego la hélice cortó el piso y...

- ¡Manabo está bien, señora Cecilia! Bien, pero impactado. Ya bajamos – lo secundó una voz femenina y delicada.

Yuli se incorporó del sillón, aliviada, al terminar de asegurar a la chica que dormía porque ya no representaba una amenaza.

Dos chicos japoneses, un joven menudo de gafas y pelo corto, vestido con una camisa a cuadros abierta, revelando una camiseta blanca, jeans y pantuflas, y una chica delgada y bajita, de pelo negro y largo, con lentes redondos, y vestida con una camisa blanca, una falda de prenses, medias hasta la rodilla y sandalias de goma bajaron a contemplar la escena desde las escaleras. El muchacho tomaba nota en una libreta de todo lo que veía, mientras la chica se tomaba el mentón y sostenía con la palma de su mano izquierda su codo derecho, percibiendo con interés lo que pasaba.

- ¿A dónde fue a parar la ropa que tenía? – preguntó Doña Ceci al observarla mejor.

- ¿Qué pasó con su ropa? - exclamó Shizuka, más preocupada por el aspecto de la chica que por las explicaciones sobre lo que había ocurrido en la sala.

- Estaba vestida como aviadora. Guantes, chaqueta, pantalones, botas, un gorro con lentes, todo estaba roto, quemado. Ah, y la hélice esa... y su cabello, me pareció que...

- ¿Hizo "Henshin? ¡Hizo "Henshin"! - se inmiscuyó Manabo, que parecía tan excitado como contento luego de lo que acabara de oír.

Todos miraron hacia la hélice, que ahora se desvanecía hasta ser un borrón en el aire, y al final nada, para consternación de todos.

- ¿A-A d-donde se fue? - inquirió Manabo.

- No lo sabemos. Yuli, respuestas – insistió Doña Ceci.

- Sé tanto como ustedes – murmuró Yuli.

Todos cuatro rodearon a la misteriosa chica y pusieron de pie cada uno una de las sillas volcadas para tomar asiento.

- Cuéntenos todo lo que sepa.

- Bien. Volvamos al 29 de febrero...

La Hija de Atlas: #1- Morder el PolvoWhere stories live. Discover now