Capítulo 40 Hasta el Hielo Va a Arder

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Sólo un pensamiento permanecía en la mente de la mamá de Estiven: el resquemor que sintió en su rostro cuando la nueva mano roja y monstruosa de su hijo la tocó. Caminaba decidida por la localidad con una carga a cuestas, sin que nadie, por razones desconocidas, reparara en ella. Ella era uno de los resquicios del Culto a la Mano Vacía y, en breves momentos de lucidez, intentaba oponerse a la orden que le habían programado llevar a cabo, una orden que recuerda, le implantó su propio hijo tal vez como gesto de favoritismo hacia ella, como queriendo que su misión fuera especial. Esperaría la señal para acudir con el resto de seguidores.

Para Estiven, la experiencia de ser transportado en el aire era nueva, más no placentera. El aire frío lo golpeaba directamente en el rostro, impidiéndole ver y respirar bien. Apenas podía soportar aquella situación, a diferencia de que quien lo llevaba volando, ya que estaba perfectamente equipada con una máscara para soportar las inclemencias de las alturas y las corrientes de aire.

- ¿Y bien? – le dijo La Hija de Atlas.

- ¿Y bien qué, pelada?

- ¿Te comenzarás a rascar hoy, sí o no?

- Bájeme- exigió Estiven.

- Quiero, pero... no. No quiero.

- ¿Qué? O sea, ¿Qué la detiene? - preguntó el chico.

- No sé, la decencia. Los técnicos no somos así.

Estiven comenzó a reir, ignorando por primera vez las condiciones de la situación en la que se encontraba.

- Todos los técnicos son unos pendejos. Unos blandos. Sépalo mija.

La Hija de Atlas guardó silencio, y luego miró a Estiven.

- ¿Sabes guardar secretos?

- ¿Qué?

- Porque si es así, guárdame éste- le dijo La Hija de Atlas.

Y la heroína soltó a Estiven varios metros sobre el suelo.

- ¡Maaaldiitaaa looocaaa! - gritó Estiven a la vez que se dirigía al vacío.

El pulso se le detuvo al muchacho, que se arrepentía por no haber accedido a la petición de la que, hasta el momento, consideró una luchadora técnica pendeja y blanda, pero que ahora sabía que tenía la sangre lo bastante fría como para dejarlo morir así. Debido a eso, no notó lo que siguió después, ya que, instantes luego de dejar a Estiven a merced de la gravedad, ella se dirigió hacia él, pero a tal velocidad para salvarlo de caer, que sólo podía ser comparada a la velocidad de vuelo del ave rapaz más ágil del mundo yendo tras su presa. Una vez ambos volvieron a permanecer en el aire, La Hija de Atlas se elevó, riendo un poco por lo ocurrido.

- ¡No me vuelva a hacer eso! ¡Jamás, o me las va a pagar! - le dijo Estiven con lágrimas en los ojos.

- ¿Qué, esto? - le dijo La Hija de Atlas antes de soltarlo de nuevo.

Los gritos dados por Estiven superaron los que emitiera la primera vez que lo soltaron, y mientras pensaba en lo cruel que resultaba aquello, La Hija de Atlas lo sujetó a mitad de su caída libre y se elevó con él.

- Debiste verte, jajaja- rio la Hija de Atlas.

- P-Pero... - tartamudeó Estiven.

- Jajaja, Pero ¿qué?

- Pero sí que le aprendió bien... a la Yuli- le dijo Estiven.

Bajo su máscara Valeria esbozaba una sonrisa de complacencia al notar lo que pasaba ya que, sin que Estiven lo notara, se comenzó a rascar el muñón con la mano izquierda.

La Hija de Atlas: #1- Morder el PolvoWhere stories live. Discover now