Capítulo 44

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Levi:

Mi mano se mueve sobre la cama, encontrándola vacía, y abro los ojos perezosamente.

—¿Qué haces? —le pregunto.

Se da la vuelta, sorprendida. La luz queda a su espalda, sobre la mesa, y casi no puedo distinguir sus rasgos.

—Perdón... No pretendía despertarte —me dice, pasando un pechón de su pelo por detrás de su oreja.

Acabo por levantarme y me acerco a ella, que vuelve a girarse hacia la mesa.

—¿Estabas leyendo eso otra vez? —le pregunto, apoyando suavemente una de mis manos en su hombro, y la otra sobre la mesa, al lado del libro.

—Sí... Es que... —yo la interrumpo, colocando mis manos en sus mejillas, y girándola hacia mí. 

—Últimamente no haces nada más que leer los libros de Grisha Jaeger una y otra vez —le digo fijándome en las marcas oscuras bajo sus ojos—. ¿Aún no es suficiente?

—Es que...

—Es que nada, ____ —interrumpo—. Es demasiado. Sabes que siempre intento darte todo lo que tú me pides, por eso conseguí que pudieras custodiar tú los libros, pero esto está yendo demasiado lejos. No quería llegar a esto, pero creo que es hora de que devuelva los libros.

Sus ojos se abren como platos.

—Pero Levi...

—No —digo, sin dejarla continuar—. Ya he tomado una decisión, y es por tu bien —separo mis manos de su cara, enderezando mi cuerpo—. Y ahora a dormir, venga.

—Pero...

—Últimamente no duermes nada, estás todo el día pegada a esos libros —le digo, sentándome en la cama—. Ven.

Da un último vistazo al libro, antes de cerrarlo. Coge la lámpara que antes alumbraba las páginas amarillentas, y se acerca con ella hasta la cama, dejándola sobre la mesilla, girando la llave del gas para que el fuego baje, y la luz se vuelva más tenue. 

Su cara está triste y apagada, pero sé que no puedo permitir que se obsesione de más con esos libros, y que está afectando demasiado a su día a día.

Hago un gesto con mi mano, indicándole que se siente en mi regazo, y eso hace. Pasa uno de sus brazos por detrás de mi cuello, y lleva su otra mano hasta mi hombro; yo paso mi brazo al rededor de su cintura, y el otro sobre sus piernas desnudas, por debajo de la tela de su pantalón corto.

—Yo no quiero que te los lleves... —me dice con un puchero.

—Ya lo sé, ____; pero es lo mejor para ti, no insistas más —ella hace otro puchero, y apoya su cabeza en mi hombro. Acaricio la mía contra la suya, con suavidad, y sonrío—. Mañana tenemos una audiencia con la reina, deberías descansar. 

—Lo sé... —me dice.

—Pues a dormir, ¿vale?

Acaricio su mejilla con mi nariz, y ella se separa bruscamente. La miro pasmado.

—Levi —no respondo, esperando que continúe—. Bésame.

Y de todas las cosas que podría haberme dicho, esa era una de las que menos me esperaba. Yo le sonrío, y llevo mi mano desde sus piernas hasta su mejilla, acariciándola con dulzura, y cuando la sujeto con más firmeza, acerco su cara a la mía, mi boca a la suya, y la beso despacio. Pego mis labios a los suyos, con el único deseo de que se derritan ahí, de que se deshagan en los suyos, y los suyos en los míos, y que acaben entremezclándose para siempre. Deslizo mi lengua dentro de su boca, y rozo la suya, tan cálida y húmeda como la mía, y mi mano baja desde su mejilla a su cuello, y desde su cuello va a su nuca, y la tomo con firmeza y delicadeza, sin querer alejarla nunca de mí, pero acabo haciéndolo, porque ahora, en ese instante, me urge más que besarla, decirle lo que siento.

—Eres lo mejor que me pudo pasar nunca.

Y con la poca luz que hay, aún puedo distinguir sus mejillas sonrosadas, y sus labios húmedos de mi saliva y la suya, y sus ojeras, y sus ojos cansados; y no puedo evitar volver a besarla, a dejar mi boca caer sobre la suya, pero esta vez tan solo un instante, de esos besos que suenan con un chasquido y que siempre hacen que sonría, y hoy, no es una excepción, y cuando me separo unos milímetros, de ella, puedo ver de nuevo la felicidad en su cara.

—Te quiero mucho.

Y tras estas palabras la tumbo bruscamente sobre la cama, haciendo que se sobresalte.

—A dormir —le digo, acomodándome mientras la abrazo.

Ella se deja abrazar, y yo comienzo a acariciarla despacio, y al final, cuando por fin se queda dormida, yo puedo hacer lo mismo.

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—Los titanes que amenazan la humanidad son también seres humanos. Son el pueblo de Ymir, con los que compartimos antepasados. Nuestro rey construyó las murallas hace cien años, modificó los recuerdos del pueblo y nos hizo creer que no quedaban seres humanos fuera de  las murallas. Pero la humanidad no había perecido —aparto la vista de la ventana, y me doy cuenta de que ____ me hace un gesto con la mano, para que vuelva a sentarme a su lado. Me acerco hacia la mesa de nuevo, y hago lo que me indica con sus gestos, dejando mi taza prácticamente vacía sobre el pequeño plato—. Y así es como se llama al pueblo de Ymir, descendientes del demonio. El enemigo nos invadirá con la excusa de conseguir recursos. Empezaron con el ataque del Titan Colosal de hace cinco años. 

—El artículo ya se publicó —dice el hombre más anciano—, pero, ¿es cierto todo eso? 

—Como mínimo encaja con las dudas que teníamos—le responde Hange—. Pero entiendo que cuesta creerlo. 

El mismo señor que antes preguntaba a Hange, sirve té en la taza de ____.

—Gracias —le dice ella con una voz extremadamente suave y dulce—. ¿Puedo? —pregunta, sujetando la tetera entre sus manos, pero sin llegar a tomarla, y él se la ofrece.

Se gira hacia mí despacio, y llena mi taza, sin despegar la vista de ella, con mucho cuidado de no derramar nada.

—Gracias —le digo con una sonrisa, y ella me la devuelve con más intensidad.

—¿Cómo reaccionó la gente? —pregunta entonces Hange.

—Hay de todo —continúa hablando el mismo hombre—. Algunos lo aceptan, otros se ríen y otros lo consideran una conspiración de la nueva administración. Están confusos, tal y como predijeron. 

—Sí —dice ella resignada—. Pero poco más podíamos hacer. Nuestro deber es informar. La información llega hasta los contribuyentes —da un pequeño sorbo a su taza—. Eso lo hacemos mejor que el anterior rey.

—Son un orgullo para nosotros. Como habitantes de las murallas y como trabajadores. 

—Gracias —le dice ella.

—Pueden escribir otro artículo alabando al cuerpo —sugiero de forma sarcástica.

—¡Levi! —____ me da un pequeño toque en la pierna por debajo de la mesa, y su reprimenda me hace gracia, pero intento contenerme, aunque todos parecen divertidos.

—¿Qué va a suceder ahora? —pregunta el hombre, borrando de su rostro cualquier rastro de sonrisa—. Del mismo modo que nosotros tememos, odiamos y deseamos que los titanes desaparezcan; el resto del mundo nos considera monstruos dañinos. Si como resultado volvemos a vivir el mismo infierno... —sus manos comienzan a temblar al rededor de su taza, haciendo el el choque de la misma contra el plato suene—. ¿El infierno no desaparecerá hasta que nos erradiquen?

Me fijo en la cara de preocupación y lástima de ____, y entonces, coloca su mano sobre una de las de él, haciendo que dejen de temblar, y que levante su vista hacia la suya.

—Estoy segura de que habrá algo que podamos hacer —dice ella con una sonrisa, usando ese tono de voz tan reconfortante, y parece funcionar, porque él le devuelve la sonrisa.

Es maravillosa.

La oportunidad de besar tus labios (Levi y tú) [ COMPLETA Y EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora