Capítulo 46

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Levi abre la puerta de la habitación, pero en lugar de dejarme pasar a mí primero como pensé que haría, es él quien lo hace, estirando su cuerpo nada más dar dos pasos dentro, y en cuanto se acerca a la cama lo suficiente se tira bocabajo contra ella.

—Qué asco —dice, y su voz suena ahogada al tener la cara contra el colchón.

—¿A qué te refieres? —pregunto, cerrando la puerta detrás de mí, y acercándome a él.

—A este tipo de ceremonias —responde, y gira su cabeza hacia el lado, haciendo que se le entienda mejor—. Que nos den una medalla y besemos la mano de la reina. ¿Para qué sirve?

—Supongo que tienes razón... —admito, y me siento a su lado. Él continua acostado con la parte frontal de su cuerpo pegada a la cama, y la cabeza ladeada mirando hacia mí. Paso mi mano por su pelo, acariciando su cabeza, sobre todo la parte rapada, que siempre me hace cosquillas en la palma cuando paso mi mano a contrapelo—. La verdad es que no tienes pinta de que te gusten este tipo de ceremonias —añado con una risa.

—No me gustan —me confirma—. Además, ha sido raro... —dice esto último en un susurro.

—¿El qué? —pregunto, y aparto mi mano de su cabeza, apoyándola en el colchón, cerca de su cara.

—Besar la mano de Historia —y la seriedad con la que me responde hace que me dé la risa.

—¿Por? —su respuesta de verdad me hace gracia, desde luego no me la esperaba—. No tienes que preocuparte, yo no me pongo celosa —bromeo.

Él lleva una de sus manos hasta la mía, que estaba apoyada en la cama, y empieza a acariciar el dorso con las puntas de sus dedos, sin sujetarla.

—Te parecerá absurdo, pero eres la única persona a la que beso en mucho tiempo... En las manos... —dice cesando sus caricias, tomando mi mano y acercándola a sus labios, besándome ahí—. O en el resto del cuerpo... —y sus besos suben por mi brazo.

Me hace cosquillas, y me suelto de él, empujando su cabeza de nuevo al colchón.

—¿Y por eso es raro? —pregunto.

—Tu piel es más suave que ninguna que haya tenido la oportunidad de rozar —me dice, sin responder a mi pregunta, con la mirada fija en mi mano todavía, y volviendo a tomarla, endereza su cuerpo y se sienta en la cama—. ____...

—¿Qué pasa? —digo, y su tono de voz me preocupa ligeramente.

—¿Qué vas a hacer ahora? —su pregunta me descoloca.

—¿A qué te refieres? —le digo sin entender.

—Ahora que todo ha acabado. O más bien se ha calmado —se corrige.

—Creo que sigo sin entenderlo —reconozco.

—Yo me voy a casa, ____ —y sus palabras me dejan descolocada.

Él se mantiene en silencio mientras yo proceso esa corta frase que acaba de pronunciar.

—¿Qué? —pregunto, sin verme capaz de decir nada más.

—Yo no vivo en el cuartel, obviamente —dice, aunque a mí nunca me  había parecido algo tan obvio—. He pasado estos últimos meses aquí por comodidad, porque había mucho que hacer y necesitaba estar cerca; pero yo tengo una casa, y ahora que esto se ha calmado, volveré a ella, no voy a quedarme aquí.

—¿Cómo? —debo parecer estúpida, pero no soy capaz de soltar más de una palabra.

—No hay ningún problema en que te quedes aquí si no tienes una casa, lógicamente —me explica.

—¿Y tú te vas? —pregunto, ligeramente dolida, volviendo al tema principal.

—Creo que ninguno de ellos vuelve a casa —continúa él—. Me refiero a los que tienen un lugar al que volver, a Jean y a Sasha... El resto no tiene otra opción que quedarse —pienso en Eren, Mikasa y Armin; que lo perdieron todo hace mucho; en Connie, que lo perdió hace no tanto; y yo, que estoy en la misma posición que ellos, sin un lugar al que poder regresar. 

—¿Y simplemente nos quedamos aquí? —digo—. ¿Yo me quedo aquí y tú te vas?

Y quiero que me responda que no, que él se queda conmigo, pero no lo hace.

—____ —lo miro, pero él baja la vista hasta nuestras manos, que siguen juntas—. Yo quiero que vengas a vivir conmigo —y me quedo de piedra entonces—. Quiero que vengas a mi casa, y que sea nuestra casa. Lo entenderé también si me dices que no, y sé que puede parecerte una locura y muy precipitado. Quizá piensas lo mismo de habernos casado, y pensaste que moriríamos, y por esa razón lo hiciste, y yo no quiero que te sientas obligada a nada conmigo...

—Levi... —empieza a hablar demasiado rápido, sin mirarme a los ojos, e intento detenerlo.

—Y no quiero tampoco que te arrepientas nunca de nada, y menos si es alguna decisión respecto a mí.

—Levi.

—Que yo sé que eres muy joven y tienes toda una vida por delante y no has vivido nada todavía, y puedes pensar que no es justo tener que atarte a mí para siempre pero yo no necesito que...

—¡Levi! —me mira entonces.

—¡Solo quiero que sepas que eres libre para...! 

Me acerco a sus labios y pongo los míos ahí, consiguiendo que se calle. Intenta separarse, pero me subo sobre él, apegándolo a mí, sin dejarle espacio para escapar y termina por relajarse en mi boca. Rodea mi cintura con sus brazos, y de algún modo, siento que en estos momentos no se centra en quererme, sino en dejarse querer. Continúo besándolo, acariciando su nuca, y al final me separo para coger aire y hablar.

—¿A qué ha venido eso? —le digo, sin dejar de acariciarlo.

—Has puesto la misma cara de susto que cuando te pedí que te casaras conmigo...

—No es cara de susto —me defiendo—. Es cara de sorpresa. Además, creo recordar que la otra vez te dije que sí...

—¿Y ahora? —me pregunta.

—Y ahora te digo también que sí, te digo que me encantaría, y que no me arrepiento de nada. Y te digo también que te amo.

Él sonríe ligeramente aliviado. Saca una de mis manos de su cuello, y acerca mis dedos a sus labios, besando las yemas.

—Y yo también te amo —dice sin mirarme, con mis dedos prácticamente encima de su boca todavía, y con la sonrisa más bonita que le he visto nunca.

Hago que suelte mis dedos y acaricio su mejilla.

—¿Y dónde es tu casa? —le pregunto entonces.

—Al este del muro Rose, en el exterior del distrito de Stohess.

—Madre mía, Capitán... —digo bromista—. Nada mal...

—Mira que eres tonta —me dice.

—Me lo imagino... —comienzo a decir—. Como un lugar muy limpio... Muy ordenado... —él se ríe.

—Sí que lo es... —reconoce—. Aunque he pasado un tiempo fuera... Seguro que se ha acumulado polvo... —dice serio, más bien para él.

—Nos ocuparemos de ello —le digo con una sonrisa que se le contagia.

—Podemos irnos cuando quieras —me dice mirándome, y acercándose a mi boca.

—Cuando quieras tú... Cuanto antes —y yo me acerco a él también.

—¿Mañana? —me dice, y siento su aliento.

—Mañana —confirmo, y acabo por besarlo, pero se separa rápido.

—Pues entonces debemos empezar a preparar las maletas —y dicho esto se levanta.

—¿Ahora? —digo con un puchero.

—Claro, ¿no has dicho que nos fuéramos mañana? Pues hay cosas que hacer.

—Vaale.

Y acabo levantándome y ayudando en todo lo que me dice, para acabar cuanto antes.

La oportunidad de besar tus labios (Levi y tú) [ COMPLETA Y EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora