En el que mi defensor debe pagar prenda

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Sam


La tarde pasó más rápido de lo que hubiera querido. Jugamos voleibol de playa e incluso me llevó en una moto de agua a dar un paseo mientras la tarde caía y comenzaba la noche. Para cuando volvimos, todos estaban sentados alrededor de una fogata, platicaban divertidos y se aventaban una pelota unos a otros.

Adam y yo nos sentamos y me explicaron las reglas. Al parecer, si lograbas detener la pelota antes de que te tocara, podías pedirle a alguien, a quien tú quisieras, cualquier cosa, pero si no lograbas detenerla y la pelota golpeaba en alguna parte de tu cuerpo, debías aceptar hacer lo que la persona que la había lanzado, quisiera.

Ese tipo de juegos me parecían peligrosos, más porque ya tenía experiencia con algunos y sabía a la perfección a dónde podían llevarte.

—Vale... es mi turno —dijo Kitty muy emocionada. Sujetó la pelota con una mano, pues no era muy grande, y la lanzó hacia Don que de inmediato, y con buenos reflejos, la sujetó al vuelo con la mano derecha—. Maldición —susurró la chica con molestia.

—Has firmado tu sentencia, preciosa —dijo Don y sonrió—. Deberás meterte al agua.

—¡Pero está helada! —gritó la muchacha con un chillido angustiado.

—Es lo que debes hacer a menos que quieras tomarte media botella de vodka —dijo Don de buena gana.

Kitty se puso de pie y de malas corrió hacia el agua, se introdujo y todos rieron divertidos por las exclamaciones que la chica soltó. Al regresar, toda temblorosa, se sentó junto a la fogata y negó con la cabeza.

—Mi turno —dijo Don y lanzó la pelota hacia Candace. Que se movió con agilidad y evitó el golpe.

—¿Qué pasa si no la atrapa, pero la pelota no la golpea? —quise saber en el oído de Adam y él sonrió.

—No aplica nada. Es el turno de ella ahora.

Candace sujetó la pelota, miró a todos los presentes y entonces, rápida como un lince, lanzó la pelota en mi dirección. Justo hacia mi rostro. Una mano se movió más rápida que el viento e impidió que el balón me golpeara la cara. Adam había reaccionado sin siquiera pensarlo.

—¡Falta! —gritaron todos y yo parpadeé confundida.

—¿Qué ha pasado? —pregunté y él sonrió apenado.

—Lo siento... mis reflejos son muy buenos. No debí haber detenido la pelota. Ahora el castigo es para mí —sostuvo y se encogió de hombros.

—¿Qué castigo le pondrás, Candace? —se interesó una chica rubia mientras mi prima ladeaba el rostro y nos observaba a ambos. Se puso de pie con lentitud, caminó a él, lo sujetó de la mano y lo obligó a pararse. Sin anunciar nada, rodeó con una mano su cuello, lo atrajo hacia ella y lo besó.

Me quedé estupefacta.

¿Pero qué mierda acaba de pasar? 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora