En el que los sentimientos son incontrolables

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Sam, por otro lado, cerró la puerta tras sí, prendió la luz, caminó en automático hasta la cama y se dejó caer sobre el mullido colchón que estaba cubierto por una hermosa colcha con imágenes de flores de cerezo. Todo parecía estar borroso en su mente, como si alguien hubiese difuminado los colores de sus recuerdos y todo parecía repetirse como una película... una y otra vez.

La cabeza le dolía horrores y sentía el estómago revuelto. No quería estar sola, pero a la vez deseaba estarlo; su pulso se aceleró cuando en su mente solo quedaron los recuerdos de los días con Adam. Había estado segura de que podría perdonarle cualquier cosa, pero... el hecho de que la hiciera creer que en verdad la quería cuando realmente solo intentaba limpiar su conciencia... era algo terrible. Necesitaba liberarlo de esa carga porque él merecía encontrar a una persona especial que pudiera amar y no permanecer con alguien por lástima.

Le dolía pensar que todas sus sonrisas y sus miradas podrían haber sido falsas y se llamó tonta por haber creído que él realmente sentía algo por ella. También se llamó egoísta... no podía creer que, después de todo lo que había pasado, solo él ocupaba su mente. No había lugar para nada más.

Intentó conciliar el sueño, pero no logró hacerlo. Después de una hora se puso en pie y pensó en bajar por un poco de agua o de algo que la obligara a dormir. Abrió la puerta de la habitación y bajó con paso cansado la escalera. Su mirada se quedó anclada en la silueta que aún seguía en el vestíbulo. Adam estaba sentado contra la pared, con la cabeza sobre las rodillas y ella se sintió extraña de verlo de ese modo. Cuando estuvo a nada de tocar el suelo del vestíbulo, él la escuchó y elevó la cabeza rápidamente. Sus ojos brillaron y ella sintió un vacío en el estómago. Adam se puso de pie y frunció el ceño sin comprender la razón por la que ella había bajado. Sam se aclaró la garganta porque en el primer intento la voz se negó a salir por sus labios.

—Yo... tenía sed —explicó ella y señaló el camino hacia la cocina—. No... no podía dormir —susurró sin mirarlo.

Adam se colocó las manos en las caderas y asintió, luego señaló la cocina como si le diera permiso de ir y ella le dio un suave ¨sí¨, se giró y caminó hacia la cocina, pero antes de dar dos pasos, la voz de él se alzó en el vestíbulo.

—¿Me odias? —preguntó y ella se detuvo como si hubiera chocado contra una pared invisible. Se volvió para mirarlo, con tanta lentitud que Adam sintió un escalofrío recorrerle le espalda. Cuando sus ojos se conectaron, ella, con una seriedad que él nunca le había visto, alzó el mentón y ladeó la cabeza, pero no dijo nada—. Sé que estás cansada y que no quieres saber nada más, pero yo sí necesito saber esto.

Las cejas de Sam se alzaron en un gesto lleno de escepticismo y a pesar de que su cuerpo y su mente le decían que huyera lejos, avanzó hasta colocarse frente a él, pegó la espalda a la orilla de la mesa y frunció el ceño.

—¿Por qué quieres saberlo? —preguntó con tono irónico que a él lo atravesó como si fuese un ataque de ametralladora. Se acercó a ella con lentitud y en un punto creyó que Sam huiría lejos de él, pero la joven permaneció firme, con esa careta hostil que él sabía que no reflejaba lo que en verdad sentía. La mirada del color del mar se tornó sorprendida cuando él colocó ambas manos sobre la mesa para cercarla.

—Dímelo —exigió y acercó su rostro al de la muchacha.

—No.

—Sam, yo... estaba seguro de que me odiarías en cuanto supieras la verdad, pero quiero que lo digas. Si me odias y no quieres volver a verme nunca más, necesito que me lo digas —susurró contra su rostro.

Sam abrió sus hermosos ojos y lo observó con gesto crítico.

—¡Qué conveniente! ¡Es lo que quieres que diga!, ¿cierto? ¡Sería más fácil para ti saber que no te quiero ver nunca más! ¡Seguro que, considerado como eres, respetarás mi decisión y te irás de mi vida!

—¿Me odias? —preguntó él con tono duro y los ojos brillantes.

—Te odio —dijo ella al fin, pero su corazón dio un vuelco cuando él sonrió solo un poco y pegó su frente contra la de él.

—Bien. Está bien que lo hagas... eso significa que debo quedarme contigo y hacer que me quieras como yo te quiero a ti. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora