En el que es mi primera vez... en una fiesta en la playa

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Sam


A la mañana siguiente y a primera hora, Adam estaba afuera de mi casa y sonrió en cuanto abrí la puerta. Mi madre no tardó en hacer su aparición, seguida de papá.

—Buen día —saludó el de ojos dorados con actitud respetuosa.

—Buen día, Adam —saludó mi padre casi como si lo conociera de años. Lo miré extrañada y el adicto al chocolate inclinó la cabeza a modo de saludo—. No tendrás vencida la licencia, ¿cierto?

Adam rio divertido y negó con la cabeza.

—No. Está vigente.

—Perfecto, como es en carretera asegúrense de ir con cuidado. Te encargo a mi niña —dijo mi padre y me revolvió el cabello. Lo miré con molestia y me deshice de sus caricias.

—No tienen que regresar por la mañana. Es mejor que manejen descansados. Si necesitan quedarse más tiempo pueden hacerlo... incluso si desean faltar a clases el lunes, no hay ningún problema.

—Mamá... —comencé entre dientes—, deja de parecer que me estás ofreciendo en una subasta —dije molesta.

—Lo siento —susurró mi madre con una sonrisa emocionada.

—La traeré por la mañana —dijo Adam de inmediato y yo sonreí al ver el rostro mortificado de mi madre.

—Oh... bien... los estaremos esperando.

Cuando subimos al auto, él me miró divertido y yo negué con la cabeza.

—No empieces.

—Son geniales. Se ve que se llevan muy bien contigo.

—Sí. Como te lo había dicho, tengo suerte de tener padres como ellos.

Me giré, los observé por la ventana e hice una señal con las manos que reflejaba un corazón, luego les saqué la lengua.

El trayecto fue muy ameno. La playa estaba solo a una hora de distancia así que se pasó realmente rápido. Adam y yo compartíamos gustos en música así que nos la habíamos pasado bien cantando juntos. Al llegar a la playa nos bajamos del auto y observé con atención el lugar. Era una casa inmensa.

—Los padres de Don se dedican a la venta y renta de condominios. Les va muy bien —explicó Adam al ver mi cara de asombro. Sonreí y avanzamos por el camino de arena que llevaba a la puerta de entrada. Supuse que la casa tenía más de diez habitaciones y cuando ambos entramos, pues la puerta estaba abierta, nos encontramos a un buen número de chicos y chicas en la sala y en el comedor. Todos saludaron a Adam con una sonrisa emocionada y sorprendida a la vez, luego me miraron a mí con gestos extrañados, pero no dijeron nada.

Don se acercó a nosotros al salir de la cocina con unas cervezas en ambas manos y nos saludó con un gesto de cabeza.

—Lo lograste —me dijo sin tapujos y yo me sonrojé. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora