Y en el que me quedo sin dignidad

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Sam



Adam se encogió de hombros y entonces el pitido de la alarma de mi auto desactivándose me dejó helada. No era posible. El sujeto sonrió cuando reconoció que las llaves que tenía en las manos pertenecían a mi auto. Me giré veloz hacia Adam.

—Ayúdame. Lo acepto.

—Perfecto —susurró él, se inclinó, tomó una piedra del suelo, la sopesó, apuntó al sujeto y la lanzó con una facilidad y puntería envidiables. La roca golpeó al hombre en la cabeza y el sujeto cayó al suelo. Adam corrió hasta donde estaba el hombre y éste se puso de pie para enfrentar al de ojos dorados que se colocó entre él y mi auto—. Será mejor que te vayas —le dijo y el sujeto se llevó una mano a la parte de atrás de la cabeza. Sangraba. La roca que Adam le había lanzado no había sido mayor a una pelota de golf, pero la velocidad que había adquirido por el lanzamiento, le había dado el doble de fuerza—. Regrésame lo que robaste.

El sujeto se lanzó contra él y yo chillé asustada, pero Adam se movió con una velocidad envidiable, lo sujetó de las ropas y lo lanzó contra mi auto; el sujeto cayó al suelo con una exclamación de dolor, para, poco tiempo después, ponerse de pie con dificultad. Adam brincó y le dio una patada en el pecho que lo mandó lejos. El sujeto se levantó del suelo y se fue corriendo.

Adam se hincó y comenzó a recoger todo el contenido de mi bolso. Yo corrí hacia él y lo miré preocupada.

—¿Estás bien?

—Bien. Estaba muy borracho, no representó mayor problema —susurró cuando se incorporó y me alargó la bolsa—. Será mejor que te vayas. Ya es tarde.

—De acuerdo —acepté ya un poco más calmada. Adam sonrió y yo me quedé mirándolo como estúpida.

—Te veré mañana. Traeré el contrato conmigo.

No me quedó de otra más que asentir. Él llevó su mano a mi coronilla y me alborotó el cabello, luego comenzó a caminar hacia atrás y ladeó un poco su cabeza.

—Te hubiera ayudado, aunque hubieses decidido no aceptarlo.

—Malnacido —susurré molesta y él rio sin poder controlarlo.

—Prometo no meterme debajo de tus faldas sin tu permiso; contrario a lo que crees.

—¡Pues no uso faldas de todos modos! —exclamé mientras él caminaba de espaldas y me miraba divertido.

—¡Sube al auto!, ¡te veo mañana!

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora