El de las mil y una tardes

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Mi mano, que estuvo a punto de cometer una tontería garrafal, sufrió las consecuencias cuando la apreté en puño, tan fuerte, que las uñas se me clavaron en la palma.

—Puedo hacerlo sola —dije y me adelanté sin esperar a que él me invitara a pasar—. Tu casa es linda —sostuve rápidamente en lo que él cerró. Me fijé en que no era demasiado grande ni muy pequeña y tenía como ese calor de hogar que solo creía que podía existir en los cuentos; mi casa... era fría para mí.

—Gracias.

—Por cierto, no soy... —me volví para encararlo de improviso y él tuvo que detenerse para no estamparse contra mí; sin embargo, no fue lo suficientemente rápido y choqué contra su pecho sin entender en qué momento se había colocado tan cerca. Las manos de él volaron veloces hasta mi cintura pues sin siquiera darme cuenta, me había ido hacia atrás. Adam me ayudó a estabilizarme y sonrió divertido.

—¿No eres? —preguntó cerca de mi rostro y yo parpadeé rápidamente, luego me solté de sus manos y me alejé.

—No soy tu repostera personal, no lo digas de ese modo.

—¿Prefieres un título más serio?

—No quiero ningún título. Solo estoy aquí para poder manejar tu auto.

Él se encogió de hombros y me señaló con la mano derecha la cocina. Ambos entramos y yo coloqué la bolsa llena de cosas que había llevado desde casa, en la encimera.

—¿Cuántos intentos tengo? —pregunté preocupada y Adam apoyó los brazos en el mármol.

—No lo sé. ¿Conoces a Sherezada? —preguntó y yo dejé de poner atención en el acomodo de los utensilios y lo miré, sorprendida.

—La chica de "Las mil y una noches". ¿Qué con ella? —quise saber y me remojé los labios. Adam sonrió.

—Ella le contó cuentos al Sultán durante mil y una noches. Tú podrías prepararme helados durante ese tiempo también, no me molestaría —comentó como si hablara en serio. Lo miré con el ceño fruncido.

—Dudo que me quieras en tu casa durante ese tiempo y para el caso... son las seis de la tarde. Serían las mil y una tardes —respondí con una pequeña sonrisa—. Además, soy muy buena en esto... no necesitaré más de tres tardes para lograr subirme a ese Mustang —susurré y él ladeó la cabeza como para estudiarme con atención.

—Ya veremos —siseó y golpeó con suavidad la encimera con las palmas abiertas—. Bien... me voy.

Eso me dejó sorprendida. Negué con la cabeza y boqueé sin saber qué decir exactamente. ¿En serio iba a dejarme sola en su casa?

—¿A dónde vas? —pregunté confundida cuando él llegó a la puerta y me miró por sobre el hombro.

—Iré a jugar video juegos. ¿Creíste que iba a quedarme aquí a esperar todo el tiempo que tardes en prepararlo? Ni loco. No me gusta la cocina; por eso la que está aquí, eres tú.

Abrí la boca en total sorpresa. En verdad era como su repostera personal.

—Ah, cuando acabes, súbelo. Mi habitación es la segunda puerta a la derecha.

Qué cabrón. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora