En el que pintamos

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Sam



No encontré mi voz en ese momento y él sonrió divertido al ver mi reacción.

—Te ves muy... bien —me dijo con una ceja alzada.

—Gracias. ¿Y tú? —pregunté jugando con las mangas de mi blusa—. ¿Piensas pintar así?

Adam llevaba un pantalón de mezclilla y una playera con un letrero que decía "Amsterdam". Ante mi pregunta él se encogió de hombros, se alejó del barandal y se quitó la playera para luego arrojarla al suelo, quedándose en camiseta. Apoyó las manos en el barandal de atrás y me sonrió.

—Realmente eso es lo único que me interesa mantener limpio —dijo y señaló la playera con la cabeza. Tragué con dificultad y sentí un nudo en la garganta, me llevé la mano al pecho y carraspeé para poder darme tiempo de ver qué decir.

—Bien... me di cuenta de que no hay señal.

—Solo hay señal de camino a la carretera —explicó él sin darle importancia y yo asentí.

—De acuerdo. ¿Empezamos?

—Hagámoslo.

En cuanto llegamos a la habitación que teníamos que pintar, me sonreí. Parecía como si Adam fuese seguido a ese lugar, porque había bocinas, un pequeño sillón con una chamarra de él que pude reconocer y botellas de agua vacías. El piso estaba cubierto con plástico y había un par de escaleras plegables. Él pasó por delante de mí y se fue directo a los botes de pintura; me acerqué y me puse en cuclillas junto a él mientras vaciaba un poco de pintura en unos botes pequeños y me alcanzaba una brocha.

—Pintaré con el rodillo, ¿puedes pasar la brocha por las zonas en donde veas que falta pintura?

—Claro.

Adam conectó su celular a las bocinas y comenzó a sonar su playlist que estaba encabezada por canciones de "The killers".

—¿Quieres poner algo tú? —me preguntó en cuanto "Mr. Brightside" comenzó a sonar y yo negué.

—No. Esa está bien, me gusta.

Adam me sonrió y asintió. La siguiente hora ambos platicamos y la pasamos muy bien, relajados y riéndonos de lo que compartíamos, hasta que me acerqué a él más de la cuenta y le dije:

—¿Puedo pintar ahora yo con el rodillo?

Adam asintió y me lo dejó, yo le pasé la brocha y comencé a usar el rodillo, pero repentinamente, me detuve cuando él se pegó a mi espalda, me abrazó por la cintura y colocó su mentón en mi hombro.

—¿No vas a pintar? —pregunté sonrojada.

—Podría, pero no siempre tengo la oportunidad de ver a una chica tan sexy usando un rodillo.

Me reí y continué con mi tarea.

—No lo hiciste cuando usaba la brocha —susurré y él colocó su nariz en el costado de mi cuello y susurró contra mi piel:

—Porque solo estabas usando una mano... ahora usas las dos y será difícil que te defiendas.

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora