En el que es +18 (4)

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—Sam... —susurró contra su cuello—, vamos arriba.

Ella no tuvo voz para contestar, así que simplemente asintió y él le sonrió, la soltó y Sam comenzó a caminar, mas él la cargó en brazos, lo que provocó en ella una risa divertida.

Al llegar al segundo piso, Adam avanzó por el pasillo hacia una de las habitaciones que tenía la puerta entreabierta, la golpeó con la espalda para abrirla, la llevó hasta la cama y la recostó. Antes de poder colocarse sobre ella, Sam se incorporó sobre las rodillas, gateó al borde de la cama, quedando justo al nivel en donde comenzaban los pantalones, los abrió y los deslizó hacia abajo. El la dejó hacerlo y ella se tomó el tiempo para admirar la manera en la que su miembro erecto, se apretaba contra la tela de los bóxers ajustados de color negro. Se incorporó quedando solo de rodillas y le rodeó con los brazos el cuello. Adam la abrazó por la cintura y le besó la punta de la nariz.

—Nunca te lo he dicho —susurró ella contra sus labios y él alzó las cejas como para motivarla a continuar—. Pero me encanta tu trasero.

El de ojos dorados soltó una carcajada y ella rio un poco también.

—El tuyo está mucho mejor —le dijo él. Llevó sus manos directo al lugar que había sido alabado y la apretó con suavidad, haciéndola chocar contra su cuerpo.

En ese punto, ambos se miraron fijamente y se dieron cuenta de que no habría vuelta atrás y que tampoco lo deseaban. Adam deslizó una de sus manos por toda la espalda de la joven hacia arriba, hasta colocarse en su hombro, donde el tirante del sujetador hacía un poco de presión en su piel. Colocó su dedo por debajo del tirante, lo deslizó hacia la curva del hombro y el tirante cayó delicadamente por el brazo de la joven. Hizo lo mismo con el otro sin dejar de mirarla a los ojos ni un solo segundo, luego llevó sus manos a la parte del frente en donde ambas copas se unían y soltó el broche frontal.

La prenda se deslizó hasta la cama; él bajó sus ojos y la observó con anhelo y deseo. Ella se sonrojó ante su escrutinio y luego sonrió cuando él se inclinó, acunó sus mejillas en sus manos y la miró con intensidad.

—Eres hermosa. Eres la mujer más bella que he conocido.

Le besó la frente, el puente de la nariz, la superficie tersa de su mejilla y luego volvió a sus labios. Sam suspiró sobre ellos en cuanto se encontraron con los suyos y pegó la parte superior de su cuerpo desnudo contra la de él. Adam sintió que acoplaban a la perfección. Él tenía músculos duros y ella era demasiado suave, demasiado delicada, y cuando sus dedos acariciaron uno de los pechos de la muchacha, se percató de que su piel era tan tierna y sedosa que, por un segundo, tuvo miedo de lastimarla, de marcarla de alguna manera, pero su deseo era tan primitivo y su anhelo tan intenso, que otra parte de sí mismo deseaba hacerlo; marcarla como propia, tenerla solo para él y arruinar las experiencias futuras que ella tuviese con otros hombres. Quería que solo lo tocara a él y solo lo mirara a él.

La besó con intensidad y ella le respondió cada roce, cada movimiento y cada sacudida. Con el pulso acelerado y un dolor en la entrepierna por el deseo tan intenso, que no recordaba haber sentido antes, se movió rápido y quiso recostarla sobre la cama, mas Sam lo tomó desprevenido, lo haló y fue él quien cayó sobre el colchón, recostado de lado; ella sonrió, lo empujó por el pecho para obligarlo a quedar boca arriba y se colocó sobre su cuerpo a horcajadas.

—Has jugado mucho conmigo. Es mi turno.

Adam rio entre dientes. La sujetó por la cintura con una mano y del cuello con la otra, para obligarla a bajar sobre él y besarla.

No podía terminar de creer que cada beso que compartían era diferente y cada uno lo excitaba de formas distintas e impensables. Recorrió el cuerpo de ella con sus dos manos, jugó con los mechones de cabello que estaban regados por su rostro, sus hombros y sobre el colchón y los jaló con suavidad.

Sam se incorporó un poco y se movió sobre él en un vaivén conocido por ambos y, sin embargo, aunque lo era, se sentía totalmente diferente a como lo recordaban. Ella se detuvo cuando se dio cuenta de que estaba realmente húmeda y se recostó en su cuerpo. No recordaba haberse sentido tan segura físicamente con nadie. No es que tuviera una basta experiencia en las relaciones sexuales, pero pensó en general... no solo por el hecho de estar así con él, sino porque él le transmitía ese sentimiento sin importar lo que hiciesen juntos. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora