En el que me presenta su plan maquiavélico

843 79 26
                                    


Sam



—¿Recuerdas que me preguntaste la razón por la cuál sabía tanto de ti? —asentí para darle a entender que lo seguía—. Bien, pues... estoy interesado en que seas mi amiga.

Esas palabras podían parecer simples, pero por alguna razón, la mirada de él decía todo lo contrario. No supe qué contestar.

—¿Amiga?

—Sí.

—Pero tienes muchos amigos.

—¿Eres de las que creen que amigos nunca se tienen suficientes?, ¿o de las que piensan que solo se cuentan con los dedos de una mano?

—No lo sé —dije confundida. Me sentía extraña. Vamos... yo no era persona de amigos, no tenía amigos y de repente llegaba este sujeto y me decía que eso era lo que deseaba de mí. ¿Por qué?

—Yo soy de los que piensan en la segunda idea. No tengo muchos amigos, tengo muchos compañeros que es diferente, y amigos solo puedo contarlos con estos dedos —dijo y levantó el medio y el índice.

—¿Por qué quieres ser mi amigo?

—Porque me divierto contigo.

—Yo no tengo amigos.

—Eso lo sé —comentó Adam con gesto tranquilo—. Me ha parecido interesante que alguien tan genuina como tú, no haya tenido ni un solo amigo en todo este tiempo. ¿No crees que es extraño?

—A mí no me lo parece.

—Porque tú no puedes ser objetiva con respecto a eso —susurró él con una sonrisa llena de sorna—. Pero yo lo he notado. Y estos días que hemos tenido la oportunidad de charlar más... quiero decir, me ha parecido que tú yo podríamos ser muy buenos amigos.

Alcé una ceja en señal de desconcierto total y eso le pareció divertido por lo que pude notar.

—Me parece que tienes miedo —dijo de repente y yo parpadeé con rapidez.

—¿Miedo? —mascullé y él asintió.

—De que las personas te conozcan.

—¿Y cuál sería la razón por la que deseas conocerme?

—Yo... tengo muchas razones, pero no te las diré a menos que accedas a mi petición.

—¿Cuál petición? —pregunté temerosa.

—Quiero que seamos honestos el uno con el otro. Por lo tanto, haremos un trato.

—¿Y de qué va este trato? —quise saber sin poder evitar sentirme tentada por escuchar sus ideas.

—Te evaluaré y tú me evaluarás. Ambos veremos si realmente podríamos ser amigos.

—¿Y cómo haremos eso?

—¿Conoces el juego de siete minutos en el cielo?

Yo lo conocía. Ese en el que los chicos se metían a un armario y se besaban por siete minutos.

—No voy a jugar eso contigo.

Adam se rio.

—Será diferente.

—¿Cómo diferente?

—Saldremos juntos durante un mes. En ese mes, cada quien, por día, tendrá cinco minutos especiales.

—¿Cinco minutos especiales?

—Sí. En esos cinco minutos, uno de nosotros, dependiendo de a quién le toque ese día, pedirá un deseo que deberá ser cumplido por la otra persona. Podemos pedir cualquier cosa y la otra persona deberá cumplirlo. Si es una acción, la persona deberá hacerla, si se desea saber algo acerca de la persona, ésta deberá contestar las preguntas necesarias y brindar la información requerida, sin importar qué. Si te niegas a hacer o a dar la información que se te pida, o lo hago yo, el trato se acaba y quien se haya negado, pierde.

—¿Qué cosa?

—Nuestros autos, por seis meses. Tú te quedarías con el mío o yo con el tuyo, dependiendo de quién haya cometido la falta —susurró él con una sonrisa socarrona. Jadeé ante sus locuras. ¿Qué demonios?

—¿Dices que, si me niego a hacer lo que me pides, entonces perdería mi auto? ¿Qué locura es esa?

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora