En el que llega la hora de los deseos

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Sam



—¿Qué hora es? —quise saber.

—Pasan de las nueve. ¿Tienes hora de llegada?

Negué y no era mentira; estaba segura de que, si llegaba tarde, mis padres brincarían de la felicidad por mi comportamiento normal de joven. Avanzamos de nuevo por el jardín y yo me sentí animada por el clima... hacía calor. Deseé mentalmente que esa enorme casa tuviese una piscina porque de repente tenía ganas de sentirme oprimida por algo. Negué con la cabeza para intentar alejar de mi mente ese pensamiento y en cuanto entramos por la puerta de la cocina, observé la botella de vino sobre la barra, la tomé, pero Adam avanzó rápido e intentó quitármela, fui más veloz que él, tomé un trago y le sonreí.

—Tenía sed —dije y volví a dejarla sobre la barra.

—Bien —aceptó. Con una sonrisa me señaló el banco en el que me había sentado durante la comida. Fruncí el ceño y al final me senté, aunque estaba segura de que no tenía suficiente hambre para cenar, aún. Adam se sentó en el banco frente a mí, me miró fijamente y luego miró la botella. Respiró profundo, sujetó la botella y tomó un trago, como si estuviese dándose valor para algo. Lo interrogué con la mirada y al final él alzó el rostro hacia mí.

—Es la hora de los deseos—dijo sin dejar de mirarme ni un solo segundo. Ni siquiera parpadeó.

El nerviosismo se apoderó de mí repentinamente. Había estado tan relajada y a la vez me había sentido tan libre ese día, que el hecho de pedirle una explicación acerca de lo pasado esa mañana, me hacía sentir como si tuviese que regresar a una cápsula y tuviese claustrofobia. Desvié la mirada. Sabía que era algo que no iba a gustarme... lo sabía, y no quería arruinar las cosas... solo quería quedarme con él allí y no regresar nunca más a mi realidad inmediata.

—Adam... no quiero... yo...

—Dime lo que deseas—dijo con tono serio. Tan serio que me puse aún más nerviosa que antes.

Cielos.

Respiré profundamente y negué con la cabeza sin saber qué hacer. Ya no estaba segura de querer saber la verdad. Me dolía pensar en el hecho de que él pudiese tener alguna extraña relación con mi prima. No era un buen momento... no sabía si podría soportar algo así.

—Realmente no creo...

—Sam...

—Yo...

—¿Qué deseas? Dímelo —ordenó una vez más. Sus ojos parecían haber perdido su brillo característico y las manos comenzaron a sudarme.

—¿Si te digo lo que quiero, será solo eso? ¿no dirás más de lo que necesito?

—Igual querrás saber más.

—Eso no fue lo que pregunté. ¿Me obligarás a saber más en relación a eso?

—No te obligaré a que preguntes más, pero estoy seguro de que mi respuesta te obligará a hacerlo.

Asentí y respiré profundamente.

—Bien. —Tomé aire de nuevo y me relamí los labios antes de continuar—: Deseo que me digas qué es lo que sientes por mí.

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora