En el que lo invito a mi trabajo

699 63 2
                                    


Después de lo que pareció una media hora, pero probablemente pudo haber sido más porque lo mío, con toda certeza, no era dar indicaciones, aparcamos frente a la veterinaria de los Preston. Adam observó a través de la ventana de mi lado y me miró con un gesto de clara confusión.

—¿Qué hacemos en una veterinaria? —quiso saber.

—Vengo aquí a trabajar por horas algunas veces. Cuando tengo más tiempo suelo venir con más frecuencia.

—¿Trabajas aquí? —preguntó más sorprendido que interesado.

—Baño perros.

—No hablas en serio —dijo y negó con la cabeza.

—Hablo muy en serio. Vamos. Parece que hoy ganaré lo mismo, pero tendré menos trabajo que hacer porque contaré con un ayudante.

Me bajé primero del auto y me di cuenta de que Adam permaneció en shock por algunos segundos antes de salir, y en cuanto lo hizo, volvió a preguntarme:

—¿Hablas en serio?

—Ya te dije que sí. Me he sorprendido. Sabes muchas cosas de mí, pero parece que no hiciste bien tu tarea... ¿no te gustan los animales?

—Sí, claro.

—¿Cuál es el problema entonces? —quise saber y él me dio alcance rápidamente.

—El problema es que las mascotas de uno siempre son adorables, pero las de los demás... bien... difiero un poco.

—Los perros a los que baño normalmente son muy educados. No tienes de qué preocuparte.

Adam sonrió sin saber si yo hablaba en serio o no, pero no le quedaba de otra. En cuanto entramos por la puerta sonó la campanilla de aviso y la señora Preston al otro lado del escritorio de la recepción, sonrió emocionada por verme.

—Samantha, querida... no avisaste que vendrías. Me alegro de que estés aquí porque me acaban de hablar para traer a los dos rottweilers.

—¿Rottweilers? —susurró escandalizado Adam a mi lado y yo me reí por lo bajo.

—Son bebés —especifiqué y él me miró ligeramente preocupado.

—No sé si creerte —susurró. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora