En el que se acaba la tensión

633 52 4
                                    


—No iba a... —intentó defenderse ella cuando se sintió acorralada, pero Adam la interrumpió.

—Debes entender —le urgió él—. Perder a una hija fue condenadamente difícil para ellos, pero perder dos... me dijo que moriría; que no podría tolerarlo. También comentó que sabía que me estaba pidiendo algo en extremo egoísta y que no tenía obligación de hacerlo, pero la verdad es que yo sí sentí que la tenía.

Sam despegó la mirada de la de él rápidamente. Por fin lo había dicho y aunque podía notar que él se sentía tranquilo diciéndole toda la verdad, dentro de ella, sus palabras se mezclaban como un torrencial.

—Sé lo que estás pensando —susurró él y llevó su mano a la de ella, mas Sam se levantó del sillón y caminó lejos de él con paso lento y mirada perdida. El de ojos dorados permaneció sin decir nada más porque estaba seguro de que era demasiada información la que ella debía procesar.

Después de lo que le pareció una eternidad, Sam llegó a la entrada de la sala, apoyó la espalda y la cabeza contra el marco de la puerta y lo miró con gesto triste.

—No sé qué decir, Adam —comentó con voz entrecortada y los ojos llenos de lágrimas; sin embargo, su rostro estaba tranquilo—. Y mucho menos sé qué pensar. Mi... mente está como loca en este instante y me siento como una estúpida, ¿sabes por qué? —preguntó ella con un temblor interno y el vello del cuerpo se le erizó en su totalidad.

—Creo saberlo.

Ante las simples palabras de él, ella cerró los ojos con fuerza y las lágrimas volvieron a dejar sus ojos. Hacía años que no lloraba tanto y tan seguido. Esa última semana había estado compuesta de días llenos de liberación emocional.

—No tengo idea de lo que debo pensar acerca de lo que sucedió con tu hermana. ¿A eso te referías cuando me dijiste que, al cometer errores, algo bueno puede salir de eso? Porque estás feliz de que Alicia esté viva gracias a Jenny, ¿no?

Adam se mordió el labio inferior y volvió a pasarse las manos por el rostro.

—Sam... es mi realidad. ¿Puedes ponerte en mi lugar por un segundo?

—La verdad es que no. ¿Debo sentirme mejor por el hecho de que ella esté viva, pero mi hermana no? ¿Por el hecho de que su final fue bello ya que pudo salvar una vida sin siquiera proponérselo? —preguntó ella con ironía y una sonrisa triste—. ¿Y si hubiera sido al revés, Adam?

Los ojos dorados se fijaron en los de ella de inmediato. Sam se mordió el labio con fuerza, gimió, miró hacia el techo, se llevó las manos al rostro y negó con la cabeza.

—Lo... lo siento... no debí haberlo dicho —susurró entre sollozos—. Estuvo mal —admitió y se deslizó hacia abajo por todo el marco, hasta el suelo. Abrazó sus rodillas y apoyó la frente en ellas. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora