En el que le comento mis planes

624 51 7
                                    

Adam


—¿Hablaste con alguien, Sam? ¿De cómo te sentías con respecto a eso?

—¿Con alguien?

—Sí.

—¿Con qué propósito?

—Porque... a veces... uno está tan enfrascado en el hecho, que no puede ver nada más allá de eso. A veces las personas están tan sumidas en la culpa o en la tristeza, que no alcanzan a percibir nada más que eso. ¿Fuiste con un psicólogo?

—Mis padres me llevaron, pero me negué a hablar. Estaba enojada con ellos...

—¿Por qué?

—No es algo que quiera decir en este momento —susurró ella y se llevó las manos a la cabeza—. Eres la primera persona a la que se lo cuento —aceptó con una sonrisa triste.

Le regresé la sonrisa y avancé de nuevo hacia ella. Sujeté su mano y esta vez no se soltó.

—Gracias... por haberlo dicho.

Sam me miró con sus ojos enrojecidos y con una expresión de sinceridad se llenó los pulmones y dejó salir un suave suspiro.

—Yo... confío en ti.

No contesté a eso. No tenía la seguridad para encarar sus palabras. Subí mi mano para acariciar su mejilla y ella cerró los ojos.

Después de unos minutos más subimos al auto y conduje sin hablar, ella tampoco comentó nada y miró todo el tiempo por la ventana. De vez en cuando me giraba para ver su reflejo y advertía sus ojos cansados, sus ojeras y sus mejillas irritadas por el llanto. Cuando aparqué fuera de su casa me di cuenta de que, entre idas y venidas, había logrado conocerla en muy poco tiempo. Había logrado romper las barreras que había puesto ante todos y ante todo... y supe que era el momento. Ahora me tocaba a mí. Sabía que las cosas saldrían mal, por supuesto, pero... aún así... supe que debía hacerlo.

—Sam —dije cuando puse el freno de mano y ella me contestó con un sonido gutural y me miró con cansancio—. Mañana... mi abuelo tenía una casa en las afueras de la ciudad y estoy ayudando a pintar y a reparar varias cosas para que podamos venderla pronto. ¿Quieres acompañarme?

—Seguro —susurró con una sonrisa, luego se volvió para abrir la puerta; sin embargo, antes de hacerlo, se volvió, se inclinó y me besó en la mejilla. Sonreí y antes de que ella se moviera para ir hacia la puerta, sujeté con mi mano su mentón y acerqué mis labios a su ojo derecho. Ella cerró sus ojos involuntariamente y yo besé el párpado enrojecido por todas las veces que ella se había frotado, luego moví mi cabeza e hice lo mismo en el izquierdo. Pegué mi frente contra la de ella y cerré mis ojos.

—Tal vez —susurré contra su rostro—, creas que no tengo el derecho a decírtelo ni tú a escucharlo, pero...

—Entonces no lo digas —sostuvo ella con seguridad y yo me mordí el labio inferior con fuerza y segundos después asentí. Sam se alejó de mí con los ojos de nuevo llenos de lágrimas y sonrió tristemente—. Te veré mañana.

Sin embargo, recibí un mensaje suyo antes de salir de casa al día siguiente diciéndome que no iría a la universidad porque estaba indispuesta. Me pareció lógico porque había pasado por un momento... momentos, me corregí, de mucho estrés. Fui a clases y al club sin poder dejar de pensar en ella ni un solo segundo y cuando al fin terminé, decidí mandarle un mensaje.

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora