En el que doy mi veredicto

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Adam


—Mucho. Es delicioso. ¿Por qué en vez de ingeniería no estudiaste gastronomía? —quise saber con un genuino interés. Sam negó de inmediato.

—Es un pasatiempo. No me gusta cocinar con prisas ni bajo presión. No funciono de ese modo. ¿Cómo te enteraste... de que me gustaba hacer postres? —quiso saber y me volvió a dar esa mirada que me dijo que en verdad estaba sorprendida de que yo conociera ese tipo de información acerca de ella.

—Un día escuché que hablabas de eso con la señora de la cafetería.

Sus ojos se agrandaron aún más y yo pude notar que estaba casi segura de que la acosaba, eso me hizo mucha gracia y decidí no comentar nada al respecto... la dejaría pensar lo que quisiera; como quiera a mí no me afectaba y la verdad era que estaba tomándole gusto al hecho de divertirme a su costa. Me aclaré la garganta y ella desvió sus ojos hacia otro lado.

—Bueno, pues... parece que lo logré. ¿Me permitirás manejarlo hoy? —preguntó.

Se puso de pie, pero yo me estiré y la sujeté de la mano en cuanto comenzó a alejarse. Su piel era suave, ya me había percatado de eso desde la primera vez que la había tocado, pero esta vez me pareció que estaba más fría de lo normal y eso solo podía significar que estaba nerviosa. Sonreí por dentro y mantuve mi actitud serena por fuera.

—Nueve de diez —dije rápidamente.

Sam me contempló como si yo le hubiese dado una bofetada.

—¿Nueve de diez? ¡Estás loco! Este platillo es un veinte, sólido —argumentó ella con tono molesto y se soltó de mi mano—. No tienes criterio de degustación.

—Es cierto que está delicioso, no lo niego, pero la verdad es que pudiste haberte esforzado más en la presentación. Es por eso que te puse esa calificación.

Supe, en el mismo instante en el que solté esas palabras, que ella se sintió como esos concursantes de los programas de cocina cuando les toca pasar ante los jueces. Mordí mis mejillas por dentro una vez más para evitar reírme y ella negó con la cabeza sin poder creerlo. Me puse de pie y me acerqué los pasos que ella se había alejado; estaba tan concentrada en mis palabras que ni siquiera se dio cuenta de que me acerqué hasta quedar a pocos centímetros de distancia, pero cuando lo hizo, se sobresaltó tanto, que se movió violentamente hacia atrás y una de sus piernas terminó chocando con el sillón y provocó que se fuera de espaldas. La sujeté, veloz, y ella se sostuvo de mis hombros.

—¿Tienes problemas de equilibrio? —la molesté con un tono fingido de preocupación y ella se sonrojó. Se alejó de mí y yo le sonreí dejándole saber que había bromeado con ella.

—Tú eres el del problema. ¿Nadie te enseñó a respetar el espacio personal?

—La verdad es que nunca me había divertido tanto siendo irrespetuoso con el espacio personal de alguien.

Chasqueó la lengua y me dio una mirada fúrica. Yo me encogí de hombros y coloqué mi mano sobre su cabeza para acariciarla; de inmediato se alejó.

—No soy un perro —susurró.

—Qué bueno, porque me parece que habrías sido una terrible mascota —dije con suavidad y ella se cruzó de brazos.

—¿Y cómo se supone que sé que eres honesto con la calificación que me diste?

—Porque yo soy de las personas más honestas que tendrás el privilegio de conocer en tu vida —sostuve con seguridad y eso la dejó asombrada—. En cuanto logres convencerme al cien... prometo ser sincero y calificarte con honestidad.

—¿Tendré que venir mañana de nuevo? —preguntó con fastidio mal disimulado.

—Eso lo decides tú. Si en serio deseas manejar mi auto, esa es la condición... pero si quieres dejarlo por la paz, no volveré a mencionarlo y tampoco volveré a acercarme a ti. Es tu decisión —repetí con facilidad. Ella alzó una ceja sin poderse creer mis palabras, luego entrecerró los ojos y me señaló con el dedo índice.

—No pienso perder contra ti.

Sus palabras me animaron. No me había equivocado con ella.

—Entonces te veré mañana —susurré y le señalé la puerta de la habitación—. Te acompañaré a tu auto. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora