En el que debo omitir que sé la verdad

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Adam



—Lo sé, lo siento. No estoy acostumbrado a pasar por nadie en las mañanas.

—No tienes que hacerlo —dijo ella sin dejar de mirarme.

—No es que tenga qué, es que quiero hacerlo. No volveré a llegar tarde —comenté y entonces moví la palanca de velocidades y estuve a punto de avanzar, cuando observé por el rabillo del ojo a una persona que cruzaba el jardín de la casa de al lado. Me di cuenta de quién era en el instante en el que mi mirada se fijó en ella. Con su hermoso y largo cabello ondulado y su típica manera de vestir, era imposible no reconocerla. Se dio cuenta de nuestra presencia y nos miró con una expresión extrañada; sin embargo, en cuestión de nada desvió la vista hacia su reloj de muñeca y observó hacia la calle como si esperara por alguien.

—Ese imbécil —susurró a mi lado Sam, y yo de inmediato despegué la mirada de Candace para fijarla en ella.

—¿Qué imbécil? —pregunté con una ceja alzada.

—Su novio. Seguro la dejará esperando de nuevo y llegará tarde —explicó con molestia mal disimulada.

—¿Tiene novio? —quise saber, porque yo tenía bastante claro que todos los chicos del campus flipaban por esa chica, pero también sabía que ella no salía con ninguno de ellos.

—¿Te sorprende? —me preguntó y yo me encogí de hombros.

—Un poco, sí. Nunca ha salido con nadie del campus.

—Ah, ¿también la has observado a ella? —preguntó sin siquiera pensarlo y me di cuenta de eso porque de inmediato se sonrojó.

—¿Por qué?, ¿te molestaría si fuera así?

—No —confesó rápidamente—. ¿Podemos llevarla?

—Seguro —susurré y avancé para aparcar frente a la morena—. ¿Son vecinas?

Sam no me contestó. Bajó la ventana de su lado y movió su cabeza como en invitación para que la chica subiera. Candace jugó con su cabello como hacía con frecuencia y yo la saludé con una sonrisa que ella me devolvió, insegura.

—¿Necesitas que te llevemos? —preguntó Sam con acento considerado y la morena pasó de mí a ella varias veces antes de asentir.

—Se los agradecería.

—Sube —sostuve con facilidad y ella me observó como si no comprendiera nada de lo que sucedía. Volví a sonreírle y quité los seguros para que pudiera subir en la parte de atrás.

Cuando arranqué, Sam se quedó callada y eso no me gustó. Candace tampoco dijo mucho, pero en varias ocasiones que miré por el retrovisor, me encontré con sus ojos azules, que prácticamente me taladraban hasta el fondo del alma. Al llegar al campus, Candace se bajó primero y nos agradeció a ambos, luego se alejó del auto y nosotros dos nos quedamos dentro. Sam se aclaró la garganta y dijo:

—Es mi prima.

La miré con un gesto de confusión. No porque yo no supiera la relación que ambas tenían, sino porque me sorprendía que me lo dijera.

Demonios. 

—¿En serio? —pregunté fingiendo asombro. Era mentira y estaba mal, lo sabía, pero no había creído que ella me lo diría tan pronto. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora