En el que el tiempo se detiene

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Me moví a la misma velocidad por entre todos los niños y corrí ante la mirada extrañada de mis padres.

—¿Y ahora qué? —preguntó mi padre con molestia.

Llegué a la puerta casi al mismo tiempo que mi hermana, pero ella ya la había abierto y salió como bólido de la casa.

—¡Sam! —gritó emocionada.

La de ojos verde-azulados, iba de camino hacia su auto y cuando escuchó la voz de mi hermana se quedó parada y se volvió rápidamente. Alicia no se detuvo, cruzó el jardín y chocó contra ella. Sam se desestabilizó un poco y alzó las manos totalmente sorprendida por el abrazo.

—¡Viniste!

No supe qué hacer. Tenía la boca seca y solo atiné a apoyar mi espalda contra el marco de la puerta y me quedé mirándolas. No podía creer que estuviera allí. Era obvio que había ido y había decidido irse, pero el plan de huida no le había salido tan bien.

Alicia se alejó solo un poco de ella y brincó emocionada.

—Estaba segura de que vendrías. Te esperé todo el tiempo —dijo mi hermana con una sonrisa.

El corazón se me encogió y por fin logré avanzar, pero lo hice lentamente. Sam se aclaró la garganta y observó a mi hermana como si antes no la hubiese visto.

—Lo... lo siento. Mi... mi prima se enfermó y tuve que ir al hospital —dijo y colocó con suavidad las manos sobre los hombros de mi hermana—. ¿Cómo supiste que estaba aquí?

—Te vi por la ventana.

Sam asintió en gesto de comprensión y sonrió.

—Ah... vale.

—¿Ibas a irte? —preguntó Alicia y ladeó su cabeza en interrogación. Sam se hincó frente a ella.

—Yo... yo... recordé que no... compré un regalo para ti —dijo y negó con la cabeza.

Alicia la observó con gesto contrariado.

—Pero el que estés aquí es mi regalo.

Los ojos de Sam, repentinamente se llenaron de lágrimas. Creí que ella se sentiría incómoda ante la intensidad de mi hermana y avancé más rápido para poder pedirle a Alicia que la dejara, pero mi hermana acunó el rostro de ella en sus manos y la observó con los ojos entrecerrados.

—¿Te sucedió algo? ¿Estás triste? ¿Tu prima está muy enferma? —preguntó. Sam tragó con dificultad y se quedó congelada sin poderse mover.

—No, ella está bien.

—Pero tú no estás bien. Tus ojos, están hinchados y rojos, como si hubieses llorado mucho.

Sam apretó los labios y de pronto, sus ojos no pudieron retener las lágrimas que bajaron despacio hacia las manos de mi hermana que la miró preocupada.

—¿Qué sucede, Sam?

—Yo...

—Alicia —dije rápidamente—. Ve adentro.

Ambas me miraron y hasta ese momento pude ver que Sam no se había dado cuenta de mi presencia.

—Pero...

—Ahora —urgí con rostro serio. Mi hermana frunció el ceño en una clara expresión de desagrado. Bajó sus manitas del rostro de Sam y se giró con un suspiro; sin embargo, antes de que pudiera dar dos pasos, la de cabello cobrizo, la sujetó del brazo y mi hermana, sorprendida, se volvió para encararla. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora